Una joven de 15
años, de la ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires; sustrajo
el revólver que guardaba su padre en su casa, lo llevó al colegio; y en el aula, frente a sus compañeros, tal
como lo había anticipado a través de una red social, se pegó un tiro en la cabeza
quedando en estado de coma profundo.
Una vez más la
crónica policial nos informa sobre otra tragedia posible de evitar, pone en evidencia las graves
consecuencias que produce el bullyng en sus víctimas y la consecuente depresión
que los lleva a tomar tan dramática decisión.
Sin embargo, el
hecho de ser discriminado no es suficiente para llegar a este extremo; algo más
está pasando en los hogares de estos adolescentes en crisis que no pueden procesar y que se suma a sus
dificultades para socializar.
La etapa de la
adolescencia en las grandes ciudades suele ser un proceso largo y difícil, el
paso necesario de la niñez a la juventud, un cambio radical que no todos pueden
lograr con éxito cuando el entorno se
vuelve demasiado hostil y ellos se convierten, por alguna razón, en el blanco de las
burlas.
Todo adolescente
necesita ser igual a sus pares para luego poder diferenciarse, ese es el grave escollo
que tienen que sortear que por muchas razones algunos no logran.
Algunas condiciones
físicas particulares, como el exceso de peso, ser demasiado alto o demasiado bajo,
demasiado pobre o demasiado rico, demasiado tímido, demasiado callado,
demasiado inteligente o demasiado tonto hacen que los que supuestamente son “normales” y semejantes a clones, lo conviertan en el enemigo que hay que destruir por
atreverse a ser diferente.
Aún el adolescente
menos violento, protegido e incentivado por el grupo, puede transformarse en un acosador y tener
la oportunidad de descargar toda su agresividad reprimida en alguien más vulnerable, una cobardía que le permite expresar su lado oscuro.
Existen
muchos motivos para que entre padres e hijos adolescentes no haya diálogo; exceso de trabajo,
horarios demasiado largos, pocas oportunidades para comunicarse; graves dificultades económicas, ignorancia, indiferencia o simplemente
egoísmo.
Es en el hogar donde se
adquiere la socialización primaria, que es la matriz del modo de ser con el
otro, donde se aprende a aceptar las reglas, el respeto por los otros, la comprensión y
la compasión; y es en la escuela donde se
aprende la socialización secundaria a partir de lo aprendido en la casa, la aceptación de las leyes de la sociedad, el respeto por los
demás, la comprensión de los que piensan diferente y la compasión por los más
débiles.
Los jóvenes llevan
al colegio, la incomprensión que han recibido, la falta de respeto y compasión por el otro y toda la violencia reprimida; y la descargan donde
y en quienes pueden.
Todos los
adolescentes luchan por ser reconocidos y aceptados, tanto en su hogar como en
su grupo; y el que no ha aprendido a confiar en sí mismo y siempre se ha
sentido rechazado es capaz de odiarse hasta el punto de volver toda su rabia y
frustración sobre sí mismo.
Este fenómeno es
difícil de revertir porque la sociedad adulta también compite y discrimina; y porque
en el mundo se hacen guerras contra quienes piensan diferente, contra quienes tienen
distinta religión y contra quienes son de distinta
raza o color.
Los hijos miran lo que hacen sus padres y se identifican con ellos, adoptarán sus mismos valores, actuarán con la misma altura o bajeza, tendrán las mismas virtudes y padecerán sus mismas obsesiones.
Malena Lede –
Psicología Malena Lede
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