Antiguamente existía
una concepción organicista de las enfermedades nerviosas y mentales. En esa
época, se consideraba que los trastornos eran alteraciones de funciones específicas
localizables en áreas del cerebro y que era determinante la constitución del
paciente. Este enfoque fisiológico fue el
que predominó en el pensamiento psiquiátrico hasta finales del siglo XIX.
Las guerras de los
siglos XIX y XX provocaron trastornos
nerviosos hasta ese momento desconocidos que hizo necesaria la creación de
clínicas dedicadas a los trastornos nerviosos. El hospital de Salpètrière de
París, bajo la dirección de Jean-Martin Charcot, tenía muchos pacientes con esa patología.
Charcot creía que
era imposible hacer un diagnóstico sin conocer en profundidad anatomía,
fisiología y patología, sin embargo, los exámenes post mortem de esos enfermos no
revelaban signos de enfermedades ocultas.
Comenzó a
distinguirse entonces entre trastornos orgánicos y trastornos funcionales y
entre psicopatología, psiquiatría, psicología y neurología.
La
neuropatología no pudo lograr su
objetivo de identificar lesiones cerebrales en los dos principales trastornos
psiquiátricos que Emil Kraepelin (1856-1926); llamó demencia precoz y
posteriormente Eugen Bleuler (1857-1939) denominó esquizofrenia y la psicosis
maníaco-depresiva.
Nuevas teorías
psicológicas sobre la enfermedad mental, como el Psicoanálisis, consideraron
las neurosis como trastornos funcionales, o sea, fenómenos psíquicos diferentes
de los conocidos, sin lesión anatómica aparente.
Las enfermedades
mentales asociadas a la edad avanzada comenzaron a entenderse como la
consecuencia de la interacción entre factores biológicos, sociales y
psicológicos, dado que las autopsias no revelaban relación alguna entre el
grado de deterioro psíquico y orgánico.
En cuanto a los pacientes
que sufrían de convulsiones epilépticas, en ese momento se observó que tampoco
presentaban signos fisiológicos, condiciones hereditarias o alteraciones genéticas
diferentes a personas que no presentaban ningún síntoma.
La experiencia
clínica puso de manifiesto que a diferencia de otras patologías, los trastornos
neurológicos no siempre presentan signos visibles de enfermedad y que tanto las
costumbres, la historia personal y la colaboración del paciente resultan
decisivas.
Muchos síntomas que
experimentan estos pacientes son subjetivos; de modo que la atención y el
registro de todo lo que dicen resultan esenciales y útiles para distinguir si
se trata de una condición neurológica progresiva o de un trauma.
Malena Lede –
Psicóloga
Fuente: “The
Neurologial Patient in History”, L. Stephen Jacyna y Stephen T. Casper,
University of Rochester Press, Rochester, 2012.
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