Comer en familia



La ciencia afirma que la comida familiar compartida aumenta la autoestima y mantiene el cuerpo y la mente saludables.

Según un artículo publicado en LNR de mayo 2010, un estudio realizado en el año 2008, que incluye países como Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, México, Rusia y Argentina demostró que Argentina es el país que en mayor proporción consume comida casera, luego de haber entrevistado a tres mil quinientas personas mayores de 18 años.

Reunirse en una mesa familiar brinda además contención, fortalece la identidad, proporciona sentido de pertenencia y proyección de futuro.

Estar acompañado por la familia en el almuerzo, desayuno, merienda o cena, promueve el diálogo y el encuentro, aunque en algunos casos suela ser también el escenario de algunas contiendas.

Sin embargo, aún en Argentina, la vida se ha acelerado, el día resulta demasiado corto, la gente se llena de ocupaciones, de autoexigencias y de ambiciosos proyectos, atentando contra esta sana costumbre, que amenaza con desterrarla de las agendas para ser reemplazada por la comunicación mediática que proporciona la tecnología.

Los chicos son los más alienados en esta vida cibernética y los que mejor y con más destreza se manejan con cuanto aparato circula en el mercado.

La tecnología apuesta a la comunicación a distancia en forma cada vez más sofisticada, mientras nuestras relaciones cercanas se diluyen en la impaciencia hasta agotar el interés del encuentro del más tolerante.

De a poco la gente se va distanciando, olvidándose casi de su familia y de sus amigos y sólo tienen oportunidad de conectarse vía mail, o por teléfono móvil por medio de un alfabeto de pocas letras y menos emociones.

Los vínculos comenzaron a modificarse a medida que la tecnología ingresó a la vida privada para adueñarse de ella e hipnotizar a los usuarios con sus innumerables aparatos cada vez más complejos y con más funciones.

Una gran cantidad de población, que no pertenece a esta generación robótica, ha quedado afuera, porque ya no tienen la misma velocidad de adaptación, o porque ya no pueden leer a simple vista; y eso de ir a buscar los anteojos para manejar esos artefactos cada día más pequeños, les parece peor que permanecer aislado.

En los hogares ya es bastante difícil reunir a toda la familia, porque cada uno está en sus cosas, atendibles por supuesto, pero a costa de las relaciones personales más íntimas.

El micro ondas es la expresión de la necesidad de los que no vienen a la mesa a tiempo y tienen que recalentar la comida.

Las reglas del hogar se van estirando como si fueran de goma, afectando el grupo familiar que es evidente que se encuentra en crisis frente al avance imparable de los monstruos a pilas.

La mesa familiar incluye hoy en día, además de utensilios de cocina, note books, teléfonos celulares o equipos de audio y cada uno en su propio mundo disfruta del placer individual que le proporcionan los instrumentos entre bocado y bocado.

Comer se convierte en el acto mecánico de ingerir alimentos sin saborear, para no perderse ni un minuto y poder leer decenas de mensajes de texto.

El Dr.Cormillot enfatiza que comer en familia mejora la digestión, evita los desórdenes de la alimentación, reduce la oportunidad de la ingesta de alcohol y permite la contención emocional, mientras no se esté haciendo al mismo tiempo otra cosa.

Una familia sana tiene que establecer reglas claras para todos y límites, porque se comienza siendo permisivo para algunas pequeñas cosas y se termina en una situación incontrolable que atenta contra el desarrollo de cada uno.

Se pueden tener en cuenta las siguientes reglas para que la reunión familiar sea placentera para todos:

1) ningún artefacto electrónico debe llevarse a la mesa,
2) como mínimo, una vez al día, todos tienen que reunirse para comer,
3) es necesario evitar las peleas y los cuestionamientos durante las comidas,
4) no interrumpir cuando alguien habla
5) saber escuchar
6) interesarse genuinamente por el otro.
7) no hablar de política ni de religión
8) aceptar la opinión del otro sin criticar, pudiendo intervenir utilizando sólo dos palabras mágicas en toda discusión: “Y si…” en lugar de decir estás equivocado y yo soy el que tengo razón.

Recuperar los espacios perdidos es responsabilidad de los padres, que son los que tienen que predicar con el ejemplo.