La
esencia de la religiosidad es la risa; lo solemne y serio nunca puede ser religioso
porque el ego es serio, así como lo anormal o la enfermedad.
Cuando
nos reímos el ego desaparece y si somos realmente religiosos nos reímos de
nosotros mismos, no de los demás, como los no religiosos.
El
religioso celebra la vida, el serio levanta barreras y no quiere cantar ni
bailar porque no sabe celebrar.
Los
que forman parte de una religión no necesariamente son religiosos, pueden no
serlo, creen pero no saben, se adhieren a teorías que los mantienen serios, en
tanto que los que están libres de teorías comienzan a reírse.
La
risa es señal de gratitud, es la verdadera oración.
Perder
la seriedad hace a una persona más sana pero perder la risa es perderlo todo.
La
religión hay que vivirla, volverse parte de uno mismo, no se trata de teorías
ni conceptos sino de asimilarla en profundidad .
La
religión es algo que casi sin excepción la gente se la toma muy en serio, trata
de captarla con el intelecto y la lleva a formular teorías y de ese modo, los eruditos se encargan de destruirla.
Con
la verdad pasa lo mismo, no se puede expresar con palabras, pero cuando alguien
la quiere explicar o expresar, desaparece.
Hay
que reírse siempre, porque la vida es una comedia; sin embargo los
intelectuales la han convertido en una tragedia.
La
risa soluciona problemas, es un recurso político y también es económica, pero
se ha vuelto falsa, una mueca que se practica por obligación.
Reírse
en cada situación permite ser capaz de enfrentarla y enfrentar las situaciones
nos hace crecer.
El
que no puede reír tampoco puede llorar porque ambos son un solo fenómeno, ser
sincero y auténtico.
La
primera actividad social de un niño es sonreír, y de esa manera hace feliz a su
madre, pero luego, poco a poco todos se olvidan de reír y también de llorar.
La
risa nos hace más fuertes y también más sanos, según lo que dicen los científicos
de la actualidad.
Cuando
reímos no pensamos porque no se pueden hacer las dos cosas a la vez, es un
estado de meditación Zen.
La
meditación trascendental, en cambio, nos induce al sueño profundo, nos hace
dormir.
Si
nos levantamos riéndonos, pasaremos el día riéndonos y nos iremos a dormir
riéndonos, sin motivo, porque la risa produce más risa y hay una buena razón
para reír, aún estamos vivos.
Ocurren
tantas cosas ridículas en el mundo a cada momento que tendríamos que estar
riéndonos a carcajadas todo el día.
Dios
es el que más se ríe y se ha reído durante siglos, solamente viendo lo ridículo
que es este mundo.
El
Zen es una profunda renuncia al mundo, la verdadera liberación, la paz.
El
Zen es quedarse y vivir en el mundo, sin evadirse y sin ser parte de él.
No
es fácil comprenderlo, por eso el que no lo comprende se evade.
El
mundo es una prueba y hay que aprender a estar en él y lograr el silencio; no
hay necesidad de ir al Tibet, porque es algo que está dentro de nosotros.
Ser
mundano pero estar fuera del mundo es el arte de vivir entre los opuestos, el
filo de la navaja, donde se puede perder el equilibrio y perder de vista la
verdad.
Fuente:
“El hombre que amaba las gaviotas y otros relatos, Osho.
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