Hay muchas madres que no pueden madurar con sus
hijos y los continúan tratando como niños,
tienen las llaves de sus casas, les hacen la limpieza, les lavan la
ropa, les hacen la comida y hasta les compran las camisas.
Estas son las condiciones que les permiten controlar
la intimidad de sus hijos y vivir sus vidas a través de ellos.
Por lo general son mujeres solas, viudas,
divorciadas o madres solteras que tienen pocas inquietudes o intereses
personales y aunque trabajen, su mayor dedicación está en los hijos.
Este tipo de vínculo es simbiótico o sea que no se trata de una relación entre dos personas sino que ambas son una sola, la madre que se entromete y el hijo que la deja decidir por él, aunque le moleste.
Este tipo de vínculo es simbiótico o sea que no se trata de una relación entre dos personas sino que ambas son una sola, la madre que se entromete y el hijo que la deja decidir por él, aunque le moleste.
Los hijos emocionalmente dependientes de afecto,
muchas veces son capaces de renunciar a sí mismos para hacer lo que les agrada
a sus madres y vivir con la ilusión de ser alguna vez los hijos preferidos.
Pueden ser exitosas, tener buenos ingresos e
inclusive tener casa propia pero no son capaces de decirles que no a sus
madres.
A veces, son hijos que han ocupado el rol del padre
y que en parte se sienten bien haciéndose cargo de sus hermanos en detrimento
de su propia vida personal.
Es común que estos hijos sedientos de afecto, sigan toda la vida compitiendo con sus
hermanos por el amor de su madre aún siendo adultos e independientes
económicamente.
Todos los hijos son amados por sus madres pero no de
la misma manera, sencillamente porque son todos diferentes y siempre habrá
alguno con más afinidades con ella que con los otros.
Estos hijos no saben que ese ideal de ser los preferidos jamás se
cumplirá y que hagan lo que hagan,
siempre serán segundos o últimos en el corazón de sus madres.
Sin embargo pueden estar tan convencidos de poder
desplazar a sus hermanos que aún dándose cuenta del alto costo que tienen que
pagar prefieren renunciar a ser libres para lograrlo.
Claro que siempre esa condición tiene un beneficio
secundario, que es la comodidad que representa tener a alguien de confianza que
se ocupa de todo.
Pero la libertad personal no tiene precio porque
significa la oportunidad de ser uno mismo y de tener una vida propia.
Aprender a decir que no y dejar de ser indulgente y
permisivo con personas que se aprovechan de los afectos, exige fortaleza de
carácter y estar dispuesto a arreglarse solo.
Malena Lede - Psicóloga
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