Cuento para pensar -Genio y figura hasta la sepultura




Hoy se cumplen cincuenta años desde mi coronación y ya tengo setenta y cinco años.

Recién ahora me atrevo a cuestionar el estilo de vida que elegí, o que permití que otros eligieran para mí, porque la muerte ya no es una posibilidad tan lejana como creía cuando era más joven.

Cada minuto de mi vida mis deseos estuvieron escondidos en el rincón más profundo de mi alma, protegidos por las sólidas barreras que construí gracias a la sólida educación que recibí y el temperamento con que nací.

Todos los que me rodearon se permitieron todos los excesos que su condición les permitía y algunos, tal vez los menos pensados, hasta llegaron a participar en las intrigas palaciegas que hacían más difícil mi reinado.

Pero reina hay una sola y si acepté ese legado debo tener la suficiente coherencia interna y grandeza de espíritu para aceptar el rol sin resistirme y lograr el objetivo trascendente de regir el destino de mi pueblo.

Sin embargo, siento que me encuentro en una encrucijada porque al mirarme al espejo siento que mis mecanismos de represión se están desmoronando junto con mi cuerpo.

De noche sueño haber nacido en un país diferente, donde el sol derrite hasta las más firmes estructuras, en un hogar donde uno se puede permitir la flexibilidad y apertura necesaria para no volverse loco, sin protocolos, ni obligaciones absurdas y donde se puede ejercitar el libre albedrío para elegir el propio camino sin las ataduras de férreas tradiciones perimidas.

Con tristeza veo cómo mi hijo primogénito está esperando mi muerte para asumir el trono y cómo el príncipe consorte, que es mi marido, vive su propia vida ingeniándose para estar siempre lejos de esta relación matrimonial ficticia, tratando de compensar de esta cruel manera su razonable frustración de no llevar él mismo la corona.

Nadie está más solo que un rey o una reina en este mundo, porque todos conspiran para que desaparezca, porque el peso del poder es insostenible y porque la desconfianza y la envidia son sus únicas compañeras.

Tal vez no sea imposible empezar de nuevo porque he aprendido que en esta vida nunca es tarde y hasta el último minuto tenemos el tiempo necesario para ser quienes somos y probarlo.

Creo que ha llegado mi hora para nacer a una vida diferente. Hoy renunciaré a mi reinado, abandonaré todo, posición social, familia, prestigio y me radicaré en una isla del Pacífico para vivir en el anonimato.

Ya está mi residencia construida con todo el personal necesario. Es una réplica de este palacio que heredé de mis ancestros y que se está viniendo abajo por falta de recursos para su mantenimiento.

También me acompañará mi secretaria de tantos años y mis servidores más fieles. Me llevaré toda mi ropa, mis alhajas y todos mis automóviles de colección, para dar un paseo en cada uno cuando me plazca; y hasta irán conmigo mis quince perros de raza, que son los únicos seres vivos en este mundo que más quiero.