La Inocencia




En el mundo que vivimos los únicos inocentes que existen son los niños pequeños. Después, ninguno es inocente, porque somos todos pecadores debatiéndonos en la cuerda floja del bien y del mal sin mucha convicción.

Si uno no peca por obra peca por omisión, de manera que aunque no hagamos nada también seremos pecadores por evitar el compromiso que nos corresponde.

La inocencia la muestra quien vive sin defenderse, entregándose a cada instante; porque el inocente es el que no especula, el que observa o que se remite sólo al acto que está viviendo sin otro objetivo oculto que lo motive en ese momento.

El inocente es vulnerable, se lo puede vencer o aniquilar con tanta facilidad que ninguno desea atacarlo. Su vulnerabilidad inhibe a sus atacantes, porque vencerlo no tiene ningún valor ni es una oportunidad para vanagloriarse, ya que para atacar se necesita que el otro se defienda, que haya una lucha y un vencedor final para demostrar quien es el más fuerte.

El inocente no es cobarde, porque no tiene miedo ni conciencia de que existe un peligro. No concibe los enfrentamientos, no ve más allá del instante.

Soy inocente, dijo el reo en el banquillo de los acusados y dos lágrimas cayeron de sus ojos y resbalaron por sus escuálidas mejillas.

Sin embargo, la muchedumbre que se había reunido en el tribunal vociferaba a viva voz que se lo condenara a la pena de muerte.

El juez lo miró con indiferencia, como si lo que estaba haciendo fuera sólo un trámite. Sin embargo, con un último esfuerzo le preguntó si estaba arrepentido de su delito, porque si así fuera tal vez la pena podría transformarse en cadena perpetua.

El hombre, secándose las lágrimas con la manga de su saco, le dijo que prefería morir a vivir encerrado y entonces confesó haberla matado.

- Una vez más esta pregunta no me falló e hice confesar al asesino - , le dijo el juez por lo bajo al escriba que tenía al lado.

- La gente no tolera la culpa tantos años, necesita la libertad para redimirse o el castigo -.