Aprendiendo a amar - Tercera Parte


La libertad es el derecho que tiene toda persona ya sea varón o mujer.

Hasta no hace mucho tiempo la mujer no era libre, era esclava del hombre porque su condición de madre la mantenía sometida a su dependencia y la confinaba a su hogar sin posibilidades de instruirse y de tener vida propia.

La libertad es un valor mucho más importante que cualquier relación, porque un vínculo sin libertad se transforma en hostilidad y es fuente de resentimiento.

Siempre ha existido el mito de que la mujer tiene menor necesidad de tener sexo que el hombre, sin embargo, la mujer puede tener múltiples orgasmos en un acto sexual sin gastar energía, en tanto que el hombre con sólo un orgasmo se agota.

La mujer ha sido condicionada por la educación y la cultura con la escusa de que su rol como madre la obliga a tener una vida sexual restringida; y tan profundo ha sido su convicción de que esto es cierto que en efecto, la mayoría de ellas tiene inhibiciones sexuales y serios problemas para disfrutar del sexo.

En cambio el hombre siempre ha gozado de libertad para tener varias mujeres y no por eso pierde su reputación. No es casual que un hombre infiel se considere un pícaro y una mujer infiel sea catalogada de promiscua, desprejuiciada e indecente.

Hoy en día existe la paradoja de que por un lado el sexo aún se reprime y por otro existe el negocio de la sexualidad que lo exacerba; y tanto el hombre como la mujer tienen que vivir esta realidad y tratar de encontrar el equilibrio.

Cuando el sexo se reprime surge una neurosis y aparecen las perversiones, o sea todos los sustitutos del sexo que no son el acto sexual propiamente dicho. Por otro lado, el sexo se puede convertir en una mercancía más que se desea vender para incentivar los deseos sexuales, y en este caso también se puede convertir en una neurosis porque fomenta las perversiones y los sustitutos artificiales para satisfacerlos. De este modo ya no es el acto sexual lo que atrae sino el interés perverso en el sexo.

El problema no es la sexualidad, el problema es la idea perversa que se tiene del sexo, que según los intereses que estén en juego puede ser condenado como ensalzado por la sociedad, provocando temor al sexo, represión del sexo y obsesión por el sexo.

El sexo es sagrado porque hace posible la vida; aparece y se extingue naturalmente, salvo en quienes han vivido obsesionados con el sexo que aunque sean ya viejos, no han madurado y no pueden trascenderlo.

El sexo es contrario al ego porque no se puede controlar y el ego es el gran controlador. El sexo es un acto de humildad, es entrega y rendición.

El sexo tiene que ser un arte que exige tener un gran sentido estético, no solamente un movimiento rítmico que lleva al climax.

Cuando el sexo desaparece comienza la posibilidad de la meditación y lo que se obtiene es un orgasmo interior, fruto de estar con uno mismo a solas.

El haber estado con el otro, que es el espejo del sí mismo, brinda la posibilidad de estar solo, de trascender y elevarse para poder ver más allá, como un segundo nacimiento, el nacimiento del alma.

El amor no es algo inmediato, necesita tiempo para que la intimidad vaya creciendo, sin celos, sin dependencia ni posesividad, dejando que el otro sea libre.

Malena

Fuente: “Aprender a amar”; Osho