Dificultades de adaptación a la vida rápida


La comida rápida, los trabajos en el acto, dormir apurado, correr para llegar a todos lados; son los males de esta época en las grandes ciudades.

Adaptarse emocionalmente a estas condiciones de vida exige una gran capacidad para enfrentar una serie de estímulos no siempre fáciles de aceptar.

A veces nos sentimos mal pero no podemos identificar la causa de nuestro estado de ánimo, porque por lo general no se trata sólo de una sola causa sino más bien de un complejo cocktail de causas difíciles de discriminar entre el profuso panorama de tareas y obligaciones cotidianas.

Esa mochila de preocupaciones que muy bien no entendemos, es una carga negativa que no nos permite vivir el presente, nos enoja y nos hace sentir impotentes ante los desafíos del momento.

Tenemos expectativas y éstas nos hacen sentir contrariados cuando no se cumplen, porque todos queremos que las cosas sean como las planeamos y nos cuesta mucho aceptarlas como son.

No podemos hacer mucho con lo que pasa a nuestro alrededor si no depende totalmente de nosotros, por lo tanto, tenemos que trabajar sobre nosotros mismos, revirtiendo los estados de ánimo negativos y tratando de identificar el origen de esas emociones.

La falta de tiempo, los problemas para desplazarnos de un lugar a otro, la disolución de los vínculos afectivos nos llenan de estrés y se convierten en una patología común en los centros densamente poblados.

Las grandes ciudades deberían contar con agentes para sostener a los ciudadanos emocionalmente, que ayuden a difundir la buena convivencia y el respeto, que enseñen a pedir permiso, a pedir perdón, a dar las gracias a desear buen día a todos con una sonrisa.

Vivir en estas metrópolis genera patologías psiquiátricas, enfermedades nerviosas y otras dificultades de adaptación a la vida moderna.

La concentración de individuos genera tensiones y violencia, produce muertes evitables, discusiones banales, peleas ridículas; se sufren malos tratos, atropellos y principalmente de ansiedad y angustia provocadas por la sensación de sentirse aislado en la multitud.

El caos vehicular, las protestas callejeras, los cortes de luz y el miedo a ser asaltado obligan a vivir a la defensiva sacrificando la libertad en aras de la seguridad, seriamente comprometida.

A todo esto, se le agregan ahora los actos vandálicos contra los comercios y supermercados, hechos que se han transformado en la fórmula perversa pero más efectiva, de lograr conquistas salariales.

La depresión es el mal de la época, porque en general un ser humano no está biológicamente preparado para soportar las presiones, las urgencias, la premura, los sinsabores, las agresiones, la inseguridad, el individualismo, la indiferencia, la soledad, la falta de afecto y la rapidez de los cambios de la vida moderna.

La vida urbana a toda velocidad, aumenta los riesgos de padecer alergias, afecciones bronquiales, asma, hipertensión arterial, enfermedades coronarias, diabetes, accidentes cerebro vasculares, etc.

La extrema soledad y aislamiento en que vive hoy en día la gente en las grandes ciudades explica el enorme desarrollo de las redes sociales, como un intento desesperado de no perder la conexión con el mundo y con los demás. Sin embargo, la precaria calidad de estos vínculos virtuales, pocas veces auténticos, no alcanza a mitigar el vacío que se ha producido en las verdaderas relaciones personales, promoviendo una mayor profundización del individualismo y del aislamiento.

Malena

Fuente: “Urbanopatías y urbanoterapias” José Alberto Covalschi; “La Ciencia de las emociones”; Federico Fros Campelo