Vivir con la suegra



“El casado casa quiere” dice el refrán, porque los terceros son los de la discordia y más si ese tercero es la suegra.

A veces, el deseo de formalizar una relación después de bastante tiempo de conocerse, se torna apremiante y se recurre a soluciones que a la corta o a la larga se convierten en situaciones insoportables.

El problema de la vivienda propia existe en todo el mundo dado que es difícil que se pueda disponer de un capital considerable cuando se es joven. Pero hay otra opción posible, transitoria o no, que se puede considerar, que es alquilar, aunque sea un lugar modesto.

Antes de vivir en la casa de los suegros o de los propios padres, aunque sea con la excusa de ahorrar para comprar una propiedad más adelante, lo más conveniente para la relación es alquilar un pequeño departamento y vivir solos, porque las ventajas que una pareja puede lograr compartiendo la vida con otros, son pocas y muchas las dificultades que van a tener que soportar.

La diferencia generacional no se podrá evitar y tampoco las distintas formas de pensar, de vivir, de comer, de administrar los recursos, de criar a los hijos, de educarlos, etc.

El choque contra otra forma de ver el mundo, de tratarse y de vincularse, será inevitable y las posiciones encontradas imposibles de conciliar, por lo que todo lo que se puede ganar conviviendo con otros, se perderá.

Ni siquiera recomiendo contemplar esta posibilidad, para resolver una cuestión de muy corto plazo, porque la pareja renuncia a vivir su mejor momento, o sea la oportunidad de convivir y relacionarse por primera vez en la intimidad.

Una vez que se encuentran atrapados en una convivencia compartida por propia decisión, será cuestión de intentar mantener la mayor independencia posible de algún modo, de estar juntos pero no revueltos, tener sus cosas, hacer sus compras y su comida y lavar y planchar su ropa. Porque aunque tengan que ir a trabajar y los otros no tengan nada que hacer, para poder vivir en paz, cada persona adulta tiene que ser responsable de su propia subsistencia y no esperar nada de los demás.

La vida cotidiana resulta difícil para todos cuando se tiene que compartir una sola vivienda con otros. Todos sufren la pérdida de su intimidad y de su libertad, tienen poca privacidad y casi nunca pueden estar solos.

Las personas mayores son las que más sufren, porque están más cansadas y menos dispuestas a trabajar y porque de pronto tienen que volver a repetir historias en lugar de descansar.

Los jóvenes lo quieren todo al empezar, pretenden vivir de la misma manera que viven sus padres que consiguieron todo después de muchos años de luchar. Por eso les cuesta formalizar para tener su propia familia y atreverse a librar su propia epopeya.

Perola felicidad no está en tenerlo todo sino en saber disfrutar lo que se tiene.

Malena