Es increíble
cómo la gente puede cambiar de forma de pensar en poco tiempo; como por ejemplo en el caso de una relación amorosa que ha sido frustrante e insostenible durante años, después de un intervalo
no muy largo de separación, los mismos protagonistas la pueden ver diferente, o sea ni tan frustrante ni tan
insostenible, sino una convivencia que de pronto ambos extrañan y la nostalgia sólo les permite recordar los buenos momentos.
Somos
seres ambivalentes que amamos y odiamos al mismo tiempo, lo que hace que muchos se dejen llevar por sus emociones más
primitivas cuando se trata de los afectos y tomar decisiones que podrían no hacerlos más felices sino más desdichados; y arrepentirse de ellas.
El
divorcio es una cosa seria, porque no sólo afecta a la pareja sino también a
los hijos, si los hubiera; porque se trata de la disolución de una familia, de
la pérdida del hogar, del status social y de las consecuencias económicas que
casi siempre el divorcio deja.
Pero
no solamente la familia que se disuelve es la que sufre sino también las
familias de ambos, los padres, los hermanos, los primos, los amigos y todos los
conocidos que han formado parte de su grupo íntimo durante tal vez mucho
tiempo.
Ambos
se separan a veces con la secreta esperanza de encontrar a su ideal, alguien
que los comprenda, que no los contradiga, que tenga más afinidades, que soporte
sus quejas, su mal humor, sus hijos y que siempre lo esté esperando con una
sonrisa cuando llegan.
La
vida en común es difícil, porque la convivencia pone de manifiesto cómo las
personas son en realidad cuando creen tener asegurada a su prareja.
Pero
peor que eso es "achancharse", o sea cuando ambos o uno de ellos se deja llevar por la
comodidad y se deja vencer por la rutina, renunciando a todos sus proyectos.
Cuando
alguien se “achancha” necesitará derivar su energía a alguna otra cosa o persona para no
sentir angustia; entonces seguramente se dedicará a fiscalizar lo que hace el otro, a invadir su
privacidad, a chequear los mensajes de su correo electrónico o de su celular; a controlarle los horarios, a preocuparse
cuando se demora más de la cuenta y a imaginar posibles traiciones o supuestos encuentros.
Y
cuando el otro llega, en lugar de alegrarse y esperarlo
con buena música, algo rico y una dosis de buen humor; se complace
en desencadenar una serie de reproches sin fundamento.
En cuanto al
sexo, en lugar de ser la oportunidad del encuentro íntimo esperado, que debería
anticiparse antes de ir a la cama, se convierte en una preocupación constante, una
tortura de cumplimiento estadístico o una hazaña masoquista,
¿Cómo
va a funcionar la sexualidad entre dos personas que secretamente no pueden
evitar el rencor y el resentimiento, que no pueden olvidar las afrentas, que
dudan, que desconfían, que jamás perdonan?
Porque precisamente el sexo sólo puede surgir espontánea y naturalmente
cuando no hay nada de eso.
Se vive repitiendo errores y cuando no se aprende de ellos, la condena es el sufrimiento. No
importa quién sea el otro, tenderán a relacionarse de la misma forma si
cambian de pareja con cualquiera que sea; porque en las relaciones se repiten los patrones de comportamiento aprendidos en la infancia, de las personas que están ligadas por el afecto.
La
solución es difícil; tal vez se trate de ser capaces de no reaccionar
impulsivamente frente a los estímulos que los afectan, de ser conscientes a
cada instante de lo que dicen, de darse cuenta que cada situación que viven siempre es nueva aunque les recuerde otra; y de perdonar todo a todos; porque una situación
nueva siempre merece otro trato.
Malena
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