Adultos infantiles - Psicología Malena Lede




Crecer es doloroso, pero más difícil aún es llegar a ser un adulto; principalmente en esta época en que a los treinta años muchos se siguen comportando como adolescentes.

Negar la realidad no conduce a ningún lado, porque aunque se desee dilatar para siempre la aceptación de esa nueva etapa de la vida, la edad no permite ignorarla.

Ser adulto obliga a tomar los compromisos de la vida más en serio, a elegir las opciones que se presentan con más cuidado, a elaborar un proyecto de vida y a cumplir con las expectativas de rol de la sociedad en que se vive; porque el que se atreve a continuar comportándose como un adolescente, siendo ya adulto, corre el riesgo de hacer el ridículo, de perder afectos sinceros, de fracasar en sus planes, de estancarse en su desarrollo, de ser rechazado e ignorado.

Esto vale tanto para las mujeres como para los hombres, aunque por lo general, ellas maduran más rápido.

¿Qué es lo que puede sentir una persona que se niega a crecer el día que llega a cumplir treinta años?

Muchas cosas, entre ellas, internamente se da cuenta que ya no es más un chico, que ya no tiene tiempo para hacer todo lo que quería hacer cuando era más joven, que perdió muchas oportunidades y en el mejor de los casos, que tiene que recuperar el tiempo perdido.

También, esa persona puede sentirse desanimada y sola, porque casi todos los que conoce se recibieron, o aprendieron un oficio y ahora tienen un buen trabajo; incluso es probable que ya estén viviendo con sus parejas y hasta pueden tener un hijo.

Estas razones hacen que el adulto inmaduro se sienta diferente y hasta culpable, por no haber sido capaz de cumplir con sus propias expectativas, por no poder acceder a lo que necesita y desea, por no poder tener un trabajo bien remunerado, sin querer reconocer que esos otros se prepararon en el momento adecuado para ello y realizaron el esfuerzo necesario.

Si desea recuperar el tiempo perdido ese adulto que reniega de su condición, tendrá la desventaja de ser rezagado en todo, de estudiar en sus ratos libres después de trabajar o de vivir a costillas de otros; y de tener novias eternas que tienen que esperar que se reciba y consiga un trabajo digno de ellas; si es que antes no los dejan.

No se puede perder el tren de la vida porque el costo es muy grande y los años no pasan en vano.

Una persona de treinta años que nunca trabajó y que no tiene ninguna experiencia laboral, aunque consiga un título universitario, será el último candidato que consideren para ocupar un puesto en cualquier empresa; porque también se valora la actitud del individuo, su voluntad, su capacidad de esfuerzo, los años que necesitó para terminar la carrera, inclusive es un factor favorable estar casado y tener un hijo.

No se puede ir contra la corriente porque formamos parte de un cuerpo social y porque ese cuerpo social no funciona cuando las partes no asumen el rol que les corresponde.

Valoren cada etapa de la vida porque son únicas y no cometan el error de perder el tiempo y la oportunidad de estudiar o aprender el oficio que les agrade cuando son jóvenes, porque todas las etapas son portadoras de experiencias que son dignas de ser vividas y porque cada etapa que se pierde, la próxima se la cobra.

Malena