Cuento para pensar - La chica que hablaba demasiado por teléfono- Psicología Malena Lede



Romina era una chica común y corriente, sin ninguna seña en particular, ni alta ni baja, ni rubia ni morocha, ni linda ni fea, ni gorda ni flaca, ni adolescente ni madura, pero siempre con un celular de última generación pegado en la oreja.

Usualmente se la veía poco pero siempre vistiendo rigurosa ropa negra y botas aunque la temperatura a la sombra estuviera indicando más de treinta grados y el sol rajara la tierra.

Vivía en mi mismo edificio, sola, en el departamento de al lado, pero nunca hablé con ella, sólo nos saludábamos de vez en cuando.

Era como una sombra que se iba a la mañana y volvía a la noche, que no recibía nunca visitas y que los fines de semana no se quedaba nunca en casa.

Solía verla por la calle y también en el subte, hablando por teléfono, con sus infaltables auriculares siempre puestos y su celular en la mano, como toda persona que desea pertenecer a la especie de los que están a la vanguardia en tecnología y se aferran a sus teléfonos como si fuera una prolongación de ellos mismos, más que nada, para no sentirse diferentes.

En el subte, como muchas otras personas a su alrededor, Romina, concentrada en su celular, ingresaba a un mundo virtual supuestamente más accesible y fácil de manejar que la vida misma; espacio que seguramente le permitía perder todas sus inhibiciones y ser quien era.

Obviamente se trataba de una chica tímida con dificultad para relacionarse, que en lugar de atreverse a vivir experiencias reales, parecía sentirse más cómoda enfrentándose al munde en forma mediática.

Un día, la vi entrar, hablando por teléfono, al restaurante donde casualmente yo estaba almorzando. Me saludó con un gesto y ocupó la mesa de al lado. Pidió una ensalada y buscó con la vista un diario para leer, sin dejar por eso de hablar por teléfono.

Con una mano sostenía el celular y con la otra hojeaba el diario, distraídamente, mientras cada tanto se llevaba un bocado a la boca.

El mundo que la rodeaba parecía no existir para ella, porque todo su interés se concentraba en la conversación telefónica que sostenía con la persona que estaba en la línea del otro lado.

Terminé mi almuerzo y mientras tomaba mi café me ofreció el diario antes de irse; luego se levantó y salió del restaurante, sin dejar de hablar por teléfono.

La vi llegar a la esquina con la intención de cruzar la avenida, estando el semáforo en rojo, sin darse cuenta que en ese preciso momento doblaba un auto que tenía derecho de paso.

Como si estuviera viendo una película de terror en cámara lenta, pude observar toda esa tragedia sin poder hacer nada. Vi al conductor del vehículo haciendo esfuerzos desesperados para frenar, a ella volando sobre el capot y estrellándose en el pavimento y a la gente que se acercaba para ver su cuerpo inerte sobre la calzada.

La ambulancia no tardó en llegar y Los médicos dijeron que había fallecido en el acto. Curiosamente todavía conservaba los auriculares puestos y el celular encendido aferrado en la mano, pero la interminable comunicación, finamente, había cesado.

Malena