CUENTO CORTO - "EL PINTOR" - PSICOLOGÍA MALENA LEDE


Hércules es una de las personas más singulares que conozco.  En realidad su nombre verdadero no es ese sino Eugenio Rafael Mendes, pero su espíritu soñador no se adaptó y decidió llamarse según sus aspiraciones.

Eugenio Rafael Mendes le parecía el nombre de alguien que trabaja en un banco y que se viste de traje y corbata.  Él nunca se compró una corbata ni tampoco un traje, porque siempre está vestido de sport, además jamás asiste a lugares formales.

Hércules acepta que exista gente conformista, que no le interesa preguntarse nada y que anhela integrarse a otros igualmente previsibles y comunes, que piensan, del mismo modo.  Él no puede evitar querer ser diferente, distinguirse de esa masa homogénea cómoda y quejosa que está esperando que otros se encarguen de arreglar todo. 

Él se dedica a la pintura que es una forma de expresar en cada cuadro, la emoción que despierta la experiencia de vivir en este mundo.  

En un primer momento pintó paredes para subsistir pero fue progresando y pudo reunir algún dinero como para animarse a transformar su diminuto departamento en un atelier y convertirse en un pintor de cuadros.

Cuando abandonó su casa mantuvo uno solo de los apellidos de su padre, el resto se los dejó a sus parientes junto con todas sus costumbres provincianas.

Hércules vive en el barrio de la Boca y su departamento tiene una pequeña ventana que da al Riachuelo; para él un lugar maravilloso y auténtico lleno de historias de todos los inmigrantes que vivieron allí y sus típicas huellas.

Todas las mañanas va a una plaza próxima y se sienta en un banco diferente con un lápiz y una hoja en blanco.  Desde allí puede percibir todas las perspectivas, que le sirven de modelo para realizar sus bosquejos.  Pero también se toma un tiempo para recorrer el barrio y descubrir rincones insospechados,  extraños seres de otras tierras vagando curiosos, un vecino que  habita una antigua casa de colores sacando una silla a la vereda para sentarse la puerta y siempre el río detrás como telón de fondo que parece de aceite usado,  meciendo a las barcazas con agrado.

Él no cree en las máquinas fotográficas, sólo en su fina percepción de ver lo que otros no ven, los cambios de la naturaleza en cada estación, la rutina de la gente sencilla,  la inocencia de los niños y la admiración y asombro de quienes visitan el barrio, que es tal vez el más tradicional de Buenos Aires..

Hércules se queda hasta el mediodía, luego regresa a su casa, mordisquea algo para distraer el estómago y comienza a preparar su caballete y sus pinturas.

Pasa toda la tarde pintando y recién cuando ya está muy cansado, deja sus pinceles prolijamente guardados y se recuesta un rato.

De noche, sale a vender sus cuadros. Hace una ronda por el barrio,  que ha perdido su antigua tranquilidad invadido por gente extraña;  y se instala en la vereda de la calle más concurrida.

Todavía quedan libre de intrusos algunas calles y es en una de ellas donde está su boliche preferido, donde sabe que preparan todas las noches comida casera.

Hércules no tiene muchos amigos, sólo conocidos que lo aprecian porque es un hombre honesto, de pocas palabras pero de buenos modales.

Uno de esos amigos soy yo, que acostumbro a ir a comer al mismo boliche todas las noches. 

Yo, que lo conozco mejor que nadie, puedo vislumbrar en su mirada la sombra de una pena que todavía permanece viva en su alma; tal vez el dolor de una ausencia, el recuerdo de alguna ilusión perdida o la tristeza de haberse sentido alguna vez incomprendido en esta vida o en otra vida pasada..


Malena Lede - Psicóloga