Hay que tener buena memoria, respetar más a quienes les pedimos ayuda y tienen la oportunidad de ayudarnos y reconocer sus buenas intenciones; porque
no hay nadie más egoísta que un desagradecido; aquel que es capaz de morder la
mano de quien le da de comer, de agredir por no obtener lo que desea y de
ofender sin fundamento y sin razón
cuando se siente defraudado porque los demás no les dicen o no hacen lo que espera.
Dar gracias por lo que se recibe a quien ofrece su
ayuda con la mejor intención, muchas
veces sin pedir nada a cambio; es la
mejor recompensa que se puede dar; y es el gesto mínimo de cortesía necesario
que todo ser humano debe aprender para retribuir en algo a quienes utilizan su
tiempo para ayudarlo.
Claro que un desagradecido no puede darse cuenta que
es precisamente esa actitud soberbia y petulante la que explica todas sus dificultades
laborales, de relación, de familia, la
que le señala sus errores y la que lo lleva a necesitar una ayuda profesional.
Un psicólogo, por ejemplo, no puede dar respuestas precisas,
porque simplemente serían comprendidas intelectualmente pero no integradas emocionalmente
y eso es contraproducente para el paciente porque no lo ayuda a cambiar.
Sin embargo algunos pacientes lo que esperan son
respuestas, que les digan lo que tienen que hacer y que tomen las decisiones
por ellos.
Desde el primer día, un psicólogo, que ha recibido los
conocimientos necesarios como para ser buen observador, sabe cuál es el
verdadero problema de su paciente, sin embargo a éste no le serviría de nada
que se lo dijera porque lo verdaderamente terapéutico es que se pueda dar
cuenta solo.
Darse cuenta o sea tomar conciencia del verdadero
problema que lo aqueja es la clave y haberse decidido a hacer una consulta
profesional es el primer paso.
Siempre es la persona que se siente infeliz la que
tiene que buscar ayuda y no quien supone que es el responsable de sus frustraciones
y fracasos.
El psicólogo escucha, pregunta, sugiere, señala,
recomienda y también educa en función al marco teórico que ha elegido coherente
con sus propios valores pero sin imponer su criterio propio, tratando que cada
uno decida por sí mismo al darse cuenta que lo más importante es conocerse bien y ser fiel a sí mismo.
Es indispensable confiar en el terapeuta que por
supuesto, en primer lugar quiere ayudarlo, agradecer y no sentirse disminuido u
ofendido cuando éste le dice justamente lo que no desea oír; aunque le duela,
porque no se trata de nada personal en su contra sino de la necesidad que ese
profesional tiene de implementar el recurso adecuado para lograr que su
paciente tome conciencia por sí mismo de su problema.
Malena Lede - Psicóloga
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