Publicado el 2012/11/28 por Psicóloga Malena Lede
Amor y Odio
Cuando terminó el verano y el frío comenzó a filtrarse por todas las ventanas, se dio cuenta que tenía que preparar la valija y volver a casa.
Como nunca antes, había permanecido tres meses sola, tratando vanamente de huir de una relación que sentía la estaba matando.
No había sido el resultado de una pelea, ni siquiera de una discusión, simplemente un día le pareció que ya no podía respirar y entonces pensó en esa cabaña que tenían en el campo, lejos de la civilización y se aferró a esa idea hasta que la concretó. Y fue así como se había ido, dejando sobre la cómoda una pocas líneas escritas en un papel para que él no la buscara como loco.
Sin embargo, se había pasado todo el verano extrañándolo, pensando sólo en lo poco que tenía de bueno y casi sin poder recordar su eterna frustración y los malos ratos.
Tampoco podía acordarse cuál había sido la última pelea, porque después de tantos años siempre discutían por las mismas cosas.
Es cierto que nadie cambia demasiado y sigue siendo siempre la misma persona en una relación de pareja; tal vez pueda cambiar si está con otra, porque el vínculo será distinto.
Estaba harta de hablarle de sus cosas y que no la escuchara, de su indiferencia, de su falta de iniciativa, de su ostracismo y de sus celos infundados. De solo acordarse de estas cosas sentía que se ahogaba.
Pero lo peor era soportar la inaguantable rutina, esa tenaz costumbre de no innovar, de hacer siempre lo mismo y no cambiar nada, tal vez para sentirse seguro y no tener conciencia del paso del tiempo.
Por eso quería estar sola para pensar, sin tener su mirada fija en la nuca adivinando sus pensamientos, porque cuando se convive tanto tiempo, ya no se necesita hablar, se puede decir todo con la mirada y los gestos.
Estaba segura que al regresar no le diría ni una sola palabra, ni tampoco le haría ni un solo reproche, porque esa había sido su actitud siempre, dejar que las cosas ocurran sin hacer nada; y que probablemente lo encontraría sentado frente a la computadora trabajando o jugando al solitario.
Sin embargo, a pesar de todo, una oleada de ternura la invadió y no lo pudo odiar, se dio cuenta que el amor es muy complejo y que si le faltaba su presencia, tal vez ni podría reconocerse en el espejo; porque ellos habían sido dos y se habían convertido en uno y ese había sido el error.
Se preguntaba por qué él le parecía un obstáculo si ella tenía la libertad de intentar lo que quisiera y por qué se empeñaba en hacer todo de a dos y no tener vida independiente por tenerlo al lado.
Por primera vez pudo tomar conciencia que los vínculos limitan algunas cosas, las que se refieren a la relación, pero permiten ser libre para muchas otras que tienen que ver con uno mismo.
Sintió que era otra, que tenía la oportunidad de empezar de nuevo y de hacer todas las cosas que quisiera, cualquier cosa; y se sintió feliz como nunca, porque esta vez su felicidad no dependía de nada externo, sino de ella misma.
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