Aceptar los cambios es difícil, sin embargo, la
naturaleza de nuestro Universo así como la vida humana, están en permanente
cambio y evolución, lo que nos obliga a adaptarnos aunque nos cueste.
Después de la ruptura de una relación afectiva es
necesario atravesar una etapa de duelo, aún en el caso que esa relación haya
sido una mala experiencia.
De manera que es normal estar triste y que
rechacemos la idea de formar una nueva pareja.
No se puede eludir transitar por esa etapa porque si
deciden engañarse y negarla, en
cualquier momento del futuro puede volver a aparecer la añoranza por esa
persona que ya no está en sus vidas y ese sentimiento les provocará confusión y
muchas dudas malogrando tal vez otra relación más prometedora.
Cuando las personas se aferran al pasado están
negándose a crecer y a evolucionar.
Pueden sentirse abrumados por la ansiedad y la angustia y creer que
nunca podrán deshacerse de esos sentimientos.
Sin embargo, hay que ser optimista y pensar que ese
duelo es una etapa natural que hay que vivir y que en algún momento termina.
El tiempo lo cura todo, hace desaparecer la tristeza
y el rencor y permite seguir con la vida; entonces hay que aprovechar ese tiempo para
hacer todas esas cosas que se han postergado y que nunca se hicieron para vivir
ese paréntesis en forma provechosa, evitando involucrarse con otra persona el
tiempo que sea necesario.
El pasado que vuelve no es real porque lo que se
recuerda es la imagen idealizada de esa pareja y no lo que era en realidad, porque
sólo se pueden añorar los buenos momentos pero nunca los sufrimientos.
Enamorarse es también arriesgarse a sufrir una
desilusión, pero la vida es riesgo y el que no quiere arriesgarse tampoco vive.
El amor pocas veces es fruto de un flechazo, surge
con el conocimiento del otro y con el trato, por eso es necesario tener
conciencia de los propios sentimientos y distinguirlos de las emociones
pasajeras.
Malena Lede (Psicóloga)
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