Ser padres exige la madurez necesaria como para ser
capaces de amar sin condiciones a los hijos, para poner las reglas y hacerlas
cumplir, para ponerles límites y enseñarles
con el ejemplo a distinguir el bien del mal; porque los hijos son el reflejo de
los padres y siempre desean superarlos.
El rol de los padres es intransferible porque nadie
lo puede reemplazar con la misma eficacia y porque la conducta de los padres es
la base sólida de los valores que tendrán los hijos.
El ambiente en que un niño vive es el que lo forma y
lo educa, porque todo lo que hagan los padres lo harán también los hijos.
Los padres nunca deben desautorizarse entre sí
delante de sus hijos; deben escucharlos con atención y no gritarles,
convencerlos con fundamentos sólidos y no prohibirles; disuadirlos y no obligarlos; alentarlos y no
criticarlos; señalarles su
potencial y no compararlos y hacerles
saber qué esperan de ellos sin coartar su vocación.
Un clima hogareño pacífico hace niños felices, porque
las discusiones, la violencia y la inestabilidad hace niños inseguros y desconfiados.
Los niños quieren que sus padres ejerzan su rol, necesitan
su presencia, su liderazgo, sentir que para ellos son importantes.
La familia es el soporte de los hijos en un mundo
donde ya no existen modelos para seguir, donde los valores son relativos y
difusos, donde impera el egoísmo, el desprecio por la vida y la falta de
compasión.
Los niños que se sienten contenidos en un ambiente
familiar seguro y estable, desarrollan confianza en sí mismos y en sus
capacidades.
La permisividad no es amor, es comodidad y es eludir
la responsabilidad de asumir el control y el rol de padres.
El niño difícil toma el mando cuando sus padres han
tenido miedo de ponerle límites o porque no han tenido tiempo para dedicarle, que
lo han consentido y le han dado todo pero que nunca han estado cerca de él para
guiarlo o escucharlo.
Para que los hijos sean capaces de tomar las riendas
de sus propias vidas y sean capaces de crecer y madurar como adultos, necesitan padres firmes que impongan reglas claras y que señalen y guíen
su camino.
Cuando los hijos crecen, los padres deben reconocer
su autonomía, respetar su edad y su
capacidad y confiar en ellos.
Malena Lede - Psicóloga
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