Ser capaz de liberar la imaginación y pensar como
niños nos permite concretar ideas más originales, resolver problemas, alejar
las preocupaciones y ser más creativos a la hora de tomar decisiones.
Si logramos recuperar la actitud lúdica y el
espíritu infantil que perdimos al convertirnos en adultos podremos aliviar el
estrés estar más saludables y desarrollar una forma de pensar más constructiva.
Una prueba de creatividad realizada en la
Universidad de Dakota del Norte, en Estados Unidos, reveló que cuando se logra pensar
como un niño de siete años, se produce la estimulación del hemisferio cerebral
derecho, que es el que hace posible los sentimientos, las sensaciones, las
capacidades artísticas y el que nos permite ignorar las estructuras adquiridas.
El juego le permite a los niños relacionarse entre
ellos y aprender los roles y las reglas de juego de los adultos; incorporar los límites y el manejo espacial,
condiciones esenciales para el normal crecimiento de una persona.
El juego aumenta el conocimiento de nosotros mismos,
reflejan nuestras fortalezas y nuestras debilidades y nos revela cuáles son las
áreas de nuestra personalidad que tenemos que potenciar.
Las responsabilidades de la vida adulta generan
estrés y nos obligan a disminuir drásticamente nuestra capacidad de
divertirnos, sin darnos cuenta que conservar parte de nuestra capacidad lúdica
puede aliviar las tensiones y mejorar nuestro estado de ánimo.
Se trata de encontrar un equilibrio sano
aprovechando los recursos que teníamos de niños y aprendiendo a disfrutar de
actividades que nos entretengan, sin propósito práctico alguno.
Volver a recuperar la capacidad lúdica nos ayuda a
liberarnos de las preocupaciones inútiles, nos permite ponernos en el lugar de los
otros y aceptarlos como son, a cambiar de perspectiva, a adoptar un nuevo punto
de vista, a incrementar la flexibilidad, la cordialidad y el respeto a las
reglas; a experimentar el triunfo y la derrota como secuencias necesarias de
todo proceso y no como parámetros para medir nuestra autoestima, a disminuir la
timidez y las dificultades con las relaciones personales y nos hace más
creativos y felices.
Jugar por nada, sólo para pasarla bien y aprender a
ser más audaces sin arriesgar nada.
Malena Lede - Psicóloga
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