La vida actual es vertiginosa y se ha convertido en un flagelo que sufren
todos, inclusive la gente que no tiene mucho que hacer.
El ambiente obliga a apurarse aunque uno no tenga ningún
apuro, porque el ruido, la velocidad y las exigencias de los que tienen prisa conduce
a seguir el mismo ritmo y a sufrir el mismo grado de estrés.
La vida está llena de experiencias que dejan en nosotros
una particular impresión que puede ser positiva o negativa, que puede
agradarnos o no, estimularnos o desalentarnos, elevar o disminuir nuestra
autoestima, atemorizarnos o entusiasmarnos, frustrarnos o gratificarnos.
Estas experiencias quedan en la memoria como buenos o
malos recuerdos que pueden ser constructivos y ayudarnos, o negativos y dañarnos y sus efectos durar
mucho tiempo si no sabemos manejarnos adecuadamente.
Está comprobado que las experiencias positivas garantizan
una buena salud física y mental, mayor bienestar general, mejores relaciones personales y perspectivas
laborales, más años de vida útil,
mayor grado de adaptación a situaciones
difíciles, una mejor disposición a los cambios y menos estrés.
Podemos elegir dejarnos llevar por el malhumor general,
amargarnos por nada, correr para no llegar a ningún lado, contagiarnos de ideas
apocalípticas, o ser optimistas y decidir vivir en un mundo mejor manteniendo
una actitud positiva, fomentando emociones positivas y llenas de esperanza.
Las personas optimistas están más relajadas, disfrutan
con su trabajo y aceptan lo bueno y lo malo que les ocurre, porque hasta de los
malos momentos sacan algún provecho. Tienen
tiempo para sí mismas, no se preocupan por anticipado, pero sí se ocupan de lo
que les concierne cuando es el momento adecuado, no se esfuerzan por ser felices y
aceptan las frustraciones como oportunidades de aprendizaje.
Apurarse sólo acelera el final de la vida, provoca
enfermedades, malestares crónicos e irritabilidad constante.
Aprendamos todos a serenarnos, a llevar calma a nuestras
vidas, a darle a cada cosa el tiempo que merece y a no sentirnos abrumados ni
desesperados por no haber tachado todas las supuestas obligaciones que nos
señalan las agendas.
Malena Lede - Psicóloga
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