El sentido del
tacto nos sirve para expresarnos y comunicarnos; nos relaja y también nos
estimula, pero también nos proporciona importantes beneficios para la salud
porque nos cura.
El estímulo del
tacto es indispensable para los recién nacidos, que pueden llegar a morir si no
lo reciben de persona alguna, aunque sean alimentados normalmente.
Las últimas
investigaciones muestran los múltiples beneficios físicos y psíquicos que produce
en las personas el contacto piel a piel.
En los tiempos que
nos toca vivir, la gente se toca cada
vez menos a pesar de los múltiples
beneficios que produce; como un abrazo a tiempo que puede cambiar el estado de
ánimo de una persona que está triste.
Este efecto fue el origen del movimiento “Free Hugs” (abrazos gratis),
iniciativa cuyo objetivo fue y sigue siendo alegrar la vida de la gente.
Hipócrates decía
que además de saber muchas cosas un médico debe aprender a dar fricciones.
Según un informe de
la revista Science Translational Medicine, un masaje de diez minutos puede
reducir la inflamación de los músculos después de hacer ejercicio y favorecer
el crecimiento de nuevas mitocondrias, que son las centrales energéticas de las
células.
Psiquiatras norteamericanos
pudieron demostrar que luego de un masaje aumentan los glóbulos blancos del
sistema inmune y al estimular la circulación de la sangre y la linfa incrementa
el bienestar y disminuye la hormona ligada a la conducta agresiva.
La región cerebral
que procesa las sensaciones táctiles es una de las más grandes del cerebro y
las sentimos en todo el cuerpo.
A pesar de los
múltiples beneficios que produce el tacto los humanos se comunican a través de
la piel cada vez menos, priorizando otros sentidos como la vista y el oído. Los
medios audiovisuales han ganado terreno y son los que se prefieren para recibir
y dar información.
La gente se avergüenza de dar la mano o una palmada reconfortante en la espalda a otro cuando la necesita, porque tocarse está mal
visto, lo que hace que relacionarse personalmente sea cada vez más difícil.
Enseñamos a los
niños a “no tocar” sin tener en cuenta que los estamos quitando una forma de
comunicación natural y necesaria.
El tacto es el
primer sentido que experimentamos aún antes de haber nacido y es el único que
no perdemos con el paso del tiempo.
Vivir aislado y con
pocas probabilidades de tocar a otros y ser tocado, produce en las personas hambre de
piel y puede favorecer el desarrollo de enfermedades autoinmunes y crónicas.
Malena Lede -
Psicóloga
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