Si no logran tomar plena conciencia de sus
comportamientos presentes pueden provocar que sus vidas se conviertan en un
verdadero calvario.
La tendencia usual es relacionarse con parejas,
amigos y hasta con los propios hijos, de
la misma forma que se aprendió a relacionarse con el grupo familiar que se tuvo
en la infancia.
Sin saberlo,
la vida que en este momento están viviendo, llena de frustraciones y
sinsabores, puede estar condicionada por esas experiencias que les
impiden ser felices.
Es difícil dejar el pasado atrás y empezar de nuevo,
lavarse el cerebro para que quede limpio de todo vestigio nefasto que hace que
en el presente se vuelva a repetir la historia.
Vivir con otra persona no es fácil, porque de
inmediato la comenzamos a tratar como si fuera nuestro hermano o hermana,
nuestro padre o madre o cualquier otra persona significativa de la infancia,
según la circunstancia que reaviva esos recuerdos.
También ocurre con nuestros jefes o compañeros de
trabajo que de alguna manera nos recuerdan la relación que teníamos con
nuestros parientes más cercanos.
Se puede decir que llevarse bien con la gente es una
cualidad que tienen muy pocos, afirmación que comprobamos todos los días ni
bien salimos a la calle.
La gran mayoría está a la defensiva, piensa en su
propio beneficio, pretende pasar siempre primero, está siempre de mal humor y
poco dispuesto a ayudar a otro si es necesario.
Nadie puede olvidar ni perdonar las ofensas sufridas,
por eso, la vida se convierte en la oportunidad de vengarse, odiando y haciéndole la vida menos grata a
otros, incluso a quienes más quieren.
Amar a otro significa ser capaz de pasar por alto
todas esas pequeñeces, confiar, ayudarlo a crecer, no perder la propia dignidad
ni rebajarse espiándolo, ser honesto, mantener alta la autoestima para que el
otro también los estime, desarrollarse, crecer y cambiar para poder ser cada
día mejor persona.
El miedo al abandono proviene del sentimiento de
desvalorización que surge de renunciar al desafío de Ser quien uno Es.
Practiquen no enredarse en discusiones inútiles y no
gastar energía en demostrar que tienen la razón, porque todo puede cambiar en
un instante y entonces se darán cuenta de todo lo que postergaron, de lo que no hicieron o dijeron y de lo poco que
disfrutaron; del tiempo que desperdiciaron, de lo que no supieron compartir, de
las asignaturas pendientes que no
intentaron por estar pensando en otra cosa o por creer que los otros
eran los que se lo impedían, de la ausencia
de compasión, de la falta de capacidad de amar, del egoísmo, de la rigidez de
pensamiento y de no haber sabido nunca liberarse de la prisión de ustedes mismos.
Malena Lede - Psicóloga
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