Los enfermos no pueden perdonar, pero eso no lo
reconocen. No pueden perdonarse a sí mismos ni a otros.
El que perdona se cura y la curación es la prueba de
que verdaderamente ha perdonado y que no guarda ni el menor vestigio de condena
contra sí mismo o contra cualquier otro.
Los agravios son errores, por eso se pueden
cancelar, si fueran más que eso entonces nunca se podrían pasar por alto.
Un cuerpo enfermo está mostrando que la mente está
enferma y su curación demuestra que la mente ha sanado.
Los milagros de curación otorgan al enfermo y al que
ha errado la liberación del dolor y de la culpa.
El milagro proviene del amor no de la
compasión. El amor quiere probar que
todo sufrimiento es una ilusión.
La salvación procede de uno mismo no puede proceder
de ninguna otra parte; porque nada externo nos puede hacer daño, perturbar la
paz o disgustarnos, somos nosotros mismos.
Los resentimientos ocultan la luz que es donde se
encuentra la salvación; porque la luz revela la verdad del perdón.
Tu eres responsable de tu salvación y de la
salvación del mundo.
La enfermedad responde a un plan del ego que es el
que abriga resentimientos y piensa que si tal o cual circunstancia externa
fuera diferente se salvaría.
Tenemos derecho a los milagros que no dependen de un
poder mágico sino que es inherente a quienes somos, seres materiales y
espirituales.
Los milagros reemplazan todos los resentimientos,
porque el resentimiento es un escudo de odio que se interpone frente al
milagro.
Por eso, justamente la persona que más odiamos, si
la vemos a la luz de la verdad, es la
que nos puede salvar.
Malena Lede – Psicóloga
Fuente: “Un
curso de milagros”; Foundation for Inner Peace.
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