Cuando nos enteramos de todas las cosas graves que
pasan en este mundo, es fácil llegar a la conclusión de que vivimos en un lugar
inhóspito y cruel, donde impera la ley de la selva y donde el más fuerte sólo
busca su propia satisfacción casi siempre aprovechándose de los más débiles.
La fuente de nuestra información, casi siempre es la
televisión, esa caja siniestra que tiene el privilegio de invadir nuestro hogar
y que se complace en mostrar toda la basura que existe y la impunidad de
propagar los hechos de crueldad más aberrantes.
Los diarios y las revistas venden tapas, porque las
tapas son el gancho que nos obliga a desear leer más, porque siempre reflejan lo peor.
Está comprobado que la gente común, aún la menos
violenta o agresiva, siente una malsana curiosidad de enterarse de los hechos más
sangrientos, parecen necesitar excitarse con los escándalos que hacen otros,
ver hasta qué punto un ser humano es capaz de degradarse y convertirse en
protagonista de una masacre.
Es cierto que a veces la vida se puede transformar
en algo monótono y rutinario para una persona común, pero también es cierto que
existen otros modos de salir de ese marasmo de aburrimiento de otra manera,
tratando de hacer el esfuerzo de enfocar la energía en algo positivo que sea
capaz de dejar una huella estimulante en este mundo que incluso impulse a otros
a hacer lo mismo.
Todos nacemos con inteligencia y con el don de la
creatividad, la diferencia es que es más fácil sentarse frente a la pantalla de
un televisor para poder descargar a través de escenas escabrosas la propia
frustración y no bucear dentro de sí mismo.
Einstein no era un hombre superdotado, en la escuela
primaria tuvo dificultades de aprendizaje y no llegó a graduarse en la
universidad.
Siendo ya adulto, consiguió un simple puesto como
empleado estatal en la oficina de patentes.
Pero en lugar de hacer su trabajo en forma mecánica
sin prestar atención a los inventos de la gente, los leía atentamente y los
relacionaba entre sí.
Fue así que su imaginación le permitió trascender su
condición y convertirse en el científico más relevante del siglo XX.
Oculta detrás de la máscara social, existe en los
seres humanos la necesidad de trascender la propia condición y de ayudar. Se puede afirmar que la solidaridad es el
deseo humano más genuino pero también el más difícil de manifestar.
Vivir sólo para sí mismo es lo que produce la
sensación más grave de fracaso que por lo general nadie es capaz de identificar
adjudicándole a su descontento razones más egoístas.
Sólo hacer algo que pueda ayudar a otros proporciona
genuina paz y sana alegría, hacer algo por alguien que lo necesita, tener el
privilegio de sentirse necesitado; porque
sentirse útil le da sentido a la vida y eleva la autoestima.
La tendencia actual es el facilismo, no contraer
obligaciones ni compromisos y vivir sólo para sí mismo.
Ese es el verdadero caldo de cultivo donde germina
la depresión y que puede a la larga conducir fatalmente a las adicciones y al
suicidio.
Malena Lede - Psicóloga
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