Las madres representan el primer amor, la figura más importante para un ser humano desde que nace, cuyo rol puede tanto facilitarle su desarrollo como dañarlo para siempre.
Sin embargo, también es una persona como cualquier otra, con sus virtudes y sus defectos, con la capacidad de amar a sus hijos sin condiciones.
Lo más sano para los hijos es que también la amen, aceptándola como es, que aprendan de ella lo mejor y que le perdonen sus defectos y sus errores; porque es importante saber que el perdón cura todo.
¿Quién es perfecto? ¿Quién puede estar siempre de buen humor? ¿Quién puede tolerar todas las impertinencias de los niños sin enojarse?
El amor de una madre supera cualquier otro sentimiento humano, es el más sincero que existe y dura para siempre.
Claro que los hijos tienen que aprender a compartir ese amor con sus hermanos, que no es fácil, porque cada hijo es diferente y es tratado por la madre en forma distinta.
Todos tenemos un temperamento básico, una personalidad y un carácter. El temperamento es innato, no se puede cambiar, el carácter es aprendido y es la forma que tenemos de comportarnos; y la personalidad es el conjunto de la forma de ser y de funcionar que tiene toda persona.
En una familia, cada descendiente tiene un temperamento, un carácter y una personalidad diferente; de manera que es inevitable que cada hijo tenga una experiencia diferente con respecto a la relación con ambos progenitores.
Aunque me refiero a familias funcionales que viven junto a sus hijos y les proporcionan lo que necesitan; igualmente pueden existir conflictos entre esos padres y alguno de sus hijos.
Sigmund Freud afirmaba que todo trauma psicológico se produce por una fijación en una etapa del desarrollo producida por un exceso de frustración o por un exceso de gratificación, de manera que lo común es que todos hayamos experimentado en alguna etapa de nuestra infancia algún tipo de conflicto más o menos importante.
Es doloroso aceptar que una madre puede tener alguna preferencia especial por uno o dos de sus hijos, mientras los demás pueden no gozar de ese particular sentimiento. Sin embargo es así, porque cada hijo es distinto y por distintas razones cada uno recibirá un trato diferente.
Hay conductas, gestos, modos de ser de un hijo que pueden resultarle a su madre desagradables, principalmente porque se sabe que lo que nos gusta o no nos gusta tiene que ver con las experiencias vividas.
Por esa razón puede ocurrir que el comportamiento de un hijo produzca el rechazo de su madre y ésta no pueda disimular su desagrado.
A veces resulta muy beneficioso que el hijo se atreva a hablar con ella para que le explique la causa de su desagrado, pero generalmente no es necesario porque los hijos ya la conocen.
Sin embargo, hablar de nuestros problemas de relación siempre es la solución más eficaz y económica.
Lo cierto es que no podemos agradarle a todos, a veces ni siquiera a nuestras madres, porque entonces no tendríamos ni carácter ni personalidad.
Mostrar los sentimientos es difícil para todos, porque nos obliga a bajar la guardia y a correr el riesgo de ser vulnerables. Pero cuando somos vulnerables somos invencibles.
Malena Lede
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