Vivimos en un mundo cambiante, inseguro y amenazante. Nos acecha el peligro de una guerra global, de catástrofes naturales devastadoras, del vandalismo y hasta de nuevas pandemias; sin embargo y a pesar de todo el mundo ha vivido épocas peores.
La perspectiva de vida de un ser humano en el siglo XVII era de 34 años, porque no existían los antibióticos ni las vacunas y las personas morían víctimas de los virus y las bacterias y de cualquier infección, las cloacas no existían, tampoco el agua corriente ni la luz eléctrica,
Actualmente cada vez más, la mayoría puede acceder a disfrutar de los adelantos tecnológicos y vivir con mayor comodidad, aunque todavía no se haya logrado eliminar del todo el flagelo de la extrema pobreza que aún muchos padecen.
Es indudable que hoy en el mundo los sectores más desposeídos cuentan con más posibilidades de acceder a la educación y a la salud que en épocas pasadas; sin embargo, este mundo en que vivimos no deja de ser inquietante, cambiante e imprevisible.
Es imposible evitar sentir temor frente a los conflictos armados que están ocurriendo en el mundo, en una época en que el poder de los armamentos podría provocar graves consecuencia a nivel global, preocupación por los desórdenes sociales, los ataques a la propiedad, la muerte de inocentes en atracos, los accidentes evitables, la falta de respeto mutuo, la inmoralidad ,los vicios, las vidas desordenadas que no tienen nada que perder y el caos de las grandes ciudades donde nadie se conoce, anonimato que favorece el libertinaje y la impunidad.
Se produce así la paradoja de comprobar que cuanto más desarrollo logra la humanidad para mejorar la calidad de vida de la gente, más crecen los conflictos humanos y las ambiciones y más se pierden los valores, la responsabilidad y la dignidad.
Como nuestros antepasados, todavía vivimos en una selva, una selva de asfalto que nos obliga a estar a la defensiva, con miedo a ser atacados, maltratados y hasta eliminados.
Sólo el amor, la educación y el desarrollo de la espiritualidad es lo que puede distinguirnos de las bestias, que son esclavas de sus instintos.
Vivir con miedo por uno mismo y por quienes amamos, no es vida, es una tortura, una pasión, un calvario.
Quizás sea ese nuestro destino.
Malena Lede
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