Gracias a los medios de comunicación masivos, tenemos modelos de ser, de vivir, de vestir, de comer, de trabajar etc.
La máscara es el personaje no la persona, sin embargo, esos modelos se convierten en exigencias que si no se cumplen la persona se siente frustrada, rechazada y hasta ignorada.
En un contexto donde todos se parecen es muy difícil distinguirse porque el que se atreve corre el riesgo de sentirse aislado y de perder el sentido de pertenencia.
Para una mujer joven es imperioso tener el pelo largo, ser delgada hasta poder entrar en un jean de moda, cueste lo que cueste, mantenerse erguida y segura sobre tacones bien altos y tener todo lo necesario para no desentonar, y así poder marchar dentro de la caravana de zombies que creen que siempre van a lucir igual.
Para los varones no es tan diferente ya que muchas veces hasta es difícil identificarlos.
Hacen lo que todos hacen y hablan en su propio idioma, procurando alejar a quienes se permiten ser diferentes.
Es cierto que la identidad se logra mediante sucesivas identificaciones con personas significativas, padres, maestros, pares, pero tambien por los modelos publicitarios que lo que quieren principalmente, es vender.
Por esta razón tantos jóvenes se inclinan por estudiar las mismas carreras, trabajar en lugares de moda o pasar el tiempo haciendo lo mismo ya sea bueno o no tanto.
Pero todos somos distintos, y querer parecerse a otros es elegir la mejor manera de fracasar.
El logro de la identidad lleva tiempo y exige la madurez necesaria como para tomar distancia de los otros y descubrirse como seres humanos únicos y distintos.
Una tarea laboriosa que no es fácil, porque en la era de la automatización el esfuerzo se ha desvalorizado y todo se quiere ya, fácil y cómodo.
Pero hay que intentarlo, porque por esta razón hay tantas adicciones, tantos delitos y tantas muertes inútiles, por aburrimiento, falta de sentido de la vida, descontento consigo mismos y por ser incapaces de crear genuinos afectos por estar centrados tanto en sí mismos.
Malena Lede
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