El Problema de la Muerte


Hay personas que se preparan para morir y quieren dejar todo en orden, como si se fueran de viaje.
Son los que desean partir por alguna razón, ya sea terminar con sus sufrimientos, ir al cielo, dejar de molestar a los seres queridos.
Pero el que no desea morir no sólo no se prepara sino que además la ignora y la considera una posibilidad remota, prefiriendo vivir sin pensar en ella, a pesar de ser en este mundo la única certeza que existe.

Sabemos lo que es la muerte porque hemos visto morir a otros, pero la conocemos sólo desde afuera, porque estar muerto no es algo que se pueda experimentar en forma directa.

Aceptar la muerte no significa renunciar a la vida, porque esto no tendría ningún sentido, sin embargo casi todas las religiones proponen renunciar a todas las pasiones de la vida.

Más que renunciar a la vida sería mejor vivir plenamente lo que se tiene que vivir teniendo siempre presente que somos mortales; para darnos cuenta desde esa perspectiva del valor real de todas las cosas.

En general la gente no piensa en la muerte, mejor dicho no la acepta, sin embargo aceptarla es la condición que se requiere para dejar de tenerle miedo y vencerla.

La vida desea perpetuarse, el cuerpo quiere vivir y agota todos sus recursos antes de darse por vencido; por otro lado, el intelecto del hombre lo impulsa a eternizarse a través de sus obras.

La gente elude su mortalidad; ya nadie ve morir a ninguno,  porque son los hospitales los que se ocupan del moribundo, evitándoles a los deudos un mal rato.

Los rituales funerarios están en vías de extinción, porque el rechazo a la muerte no alienta esas ceremonias pensadas para una época en que la gente tenía más tiempo libre.

Freud decía que el inconsciente se conduce como si fuera inmortal, porque representa las pulsiones, el deseo de vida y el disfrute.

La negación de la muerte se manifiesta en el asombro que experimentamos cuando alguien que conocemos muere, aunque sea una persona de edad avanzada.  Porque la muerte sorprende a todos como si se tratara de un acontecimiento inesperado y extraño y no parte de la vida. Deja a todos perplejos, ensimismados, como si recién se percataran de que es algo real.

Pero sólo nos damos cuenta de que somos mortales cuando muere una persona que amamos, porque es también una parte de uno mismo la que se va con ella.
La pérdida de un ser querido es más soportable cuando sacrificamos tiempo acompañándola hasta su muerte, caso contrario estamos hipotecando nuestro equilibrio psicológico del futuro.

Aceptar la muerte es darse cuenta que nada perdura, que la vida es como un viaje, un espectáculo que alguna vez termina.
El desapego, como lo proponen las religiones tanto de Oriente como de Occidente, no es algo que puedan lograr todos, porque es una forma de renunciar a la vida; y eso es muy difícil aún creyendo en la existencia de otra vida.

Dejar de huir de la muerte nos brinda tranquilidad y serenidad y le da sentido al hecho de estar vivos.

Ser mortales le proporciona a la vida interés, ya que al vivir estamos siempre en la cuerda floja apostando la vida.
Pero no se trata de quemar todos los cartuchos, ya que sería imposible tratar de vivir todas las experiencias.

Estar dispuesto a morir sería saber elegir lo importante en la vida, y cumplirlo antes de la partida,  sin dispersarse en una multiplicidad de objetivos que no son los verdaderos, porque éstos podrían ser un obstáculo para cumplir nuestro destino.

Saber lo que es importante para uno requiere un trabajo de introspección, una búsqueda; porque el temor a la muerte es más grande cuando una persona cree no haberse realizado.
Sin embargo, nunca estaremos listos para morir, tal vez porque la muerte definitiva no sea posible en el universo y esencialmente de alguna forma seamos eternos.


Fuente: “Una semana de filosofía”, Charles Pépin, Claridad, 2010.