La familia en Etiopía




Ana, una mujer londinense, con un marido, un buen trabajo y una vida cómoda, siente que no puede apreciar nada de lo que tiene. Deseosa de recuperar la sensibilidad de las cosas comunes de la vida, decide viajar a Etiopía para convivir con una tribu primitiva. Su experiencia, fue registrada en una documental de la BBC que recientemente proyectó Canal Infinito.

Durante su estadía en esa pequeña comunidad, pudo comprobar, que ese grupo de personas que vive en pequeñas chozas compartidas por más de cinco personas, sin ninguna comodidad y sin baños; que tiene que buscar el agua a tres kilómetros y recoger la leña para cocinar todos los días; parece tener mejor comunicación entre sí y ser mucho más feliz y solidaria que cualquier grupo humano de buen nivel de vida de Occidente.

En esta ocasión, Ana decide integrarse a esa comunidad y hacer el mismo trabajo que hace cualquier mujer en la tribu, que consiste en buscar agua, recoger leña, hacer la comida y cuidar a los niños.

Es recibida con gran alegría y todos se esfuerzan por brindarle lo mejor que tienen.

Comparte una choza con una mujer y sus niños, mientras los hombres de la tribu se ocupan de llevar el ganado a zonas alejadas con mejores posibilidades de pastoreo.

La comida es escasa y básicamente se compone de una especie de salchicha de harina, que a Ana le resulta muy difícil de digerir.

Cada tanto, muy de vez en cuando y en ocasiones muy especiales, los hombres matan algún cordero que comparten todos, incluso algún integrante de otras tribus que se entera del evento.

El lugar es desértico, la temperatura es de cuarenta grados y la vegetación se compone de pequeños árboles y arbustos con espinas, de donde se extrae la leña.

Los primeros días Ana pierde el apetito y vomita lo poco que come, situación que preocupa seriamente a sus anfitriones que deciden matar un cordero para variarle la dieta y ayudar a su mejoría.

Como sus malestares continúan, las mujeres de la tribu deciden llevarla a visitar al encargado de resolver los problemas de salud, un anciano sabio que parece saberlo todo.

Ante su presencia, Ana le cuenta su dolencia. El hombre la mira profundamente a los ojos y ella siente que esa mirada le llega hasta la nuca.

Le pregunta si tiene hijos y ella le contesta que no, que una vez, hace veinte años estuvo embarazada, siendo soltera pero que aconsejada por sus familiares le hicieron un aborto, experiencia que al recordarla, a Ana le produce una gran tristeza.  Después de eso nunca logró tener otro embarazo.

Según el sabio de la tribu, la base de todos sus trastornos parece ser esa.

Después de esa visita, su salud parece estabilizarse lo suficiente como para poder participar de una ceremonia de iniciación; que en esa cultura consiste en hacer saltar al iniciado sobre el ganado siete veces, mientras las mujeres de su familia, menos la madre, son castigadas con azotes en la espalda.

Este ritual es realizado durante un baile frenético en el que las mujeres se ofrecen voluntariamente a ser castigadas cruelmente considerando ese castigo un alto honor.

Poco a poco Ana es aceptada como un miembro más de la familia con quienes comparte todas sus rutinas; y todos ellos le hacen sentir su gran solidaridad y su deseo de comunicarse y de hacerla feliz.

Esta experiencia le sirve a Ana para darse cuenta que la felicidad se encuentra en las pequeñas cosas de la vida, que se puede ser aún más feliz sin tener casi nada pero compartiendo todo y principalmente comunicándose y sintiéndose unidos.

La vida en Occidente cada día es más solitaria.  La gente casi no se reúne para comer ni para compartir momentos juntos, principalmente porque no tienen tiempo, porque es tiempo lo que le falta a la gente de Occidente, que es lo que sobra en Etiopía.

Ellos no tienen casi nada pero están siempre sonrientes, nunca lloran, sólo lo hacen cuando alguno muere; ni tampoco están deprimidos o aburridos, seguramente porque todo lo que hacen tiene un sentido.