Lo amo pero también lo odio




Cuando estaba en la Universidad, tenía una compañera de estudios que fue una muy buena amiga y confidente.

Nunca me voy a olvidar cuando un día me dijo: “Anoche me desperté y vi mi marido que estaba durmiendo a mi lado y en ese momento me pregunté: ¿Pero este quién es?”

Por supuesto semejante cuestionamiento me dio risa pero no era tan banal como parecía.

Ellos ya tenían dos hijos sin embargo ella tenía la sensación a veces,  que su marido era un desconocido.

A pesar de todo, durante algunos años la pareja siguió adelante pero  finalmente se separaron, pero fue porque ella descubrió que le era infiel, pero con hombres.

Las personas con las cuales entablamos vínculos afectivos siempre tendrán un aspecto o varios que no conoceremos jamás, porque los seres humanos son insondables y ni siquiera se pueden conocer a sí mismos.

La relación de pareja no es un jardín de rosas sin espinas, suele ser un camino escarpado y difícil que a veces cuesta transitar y a veces lo que se desea es abandonarlo por otro que supuestamente al principio promete ser más placentero y fácil.

Pero convivir será siempre difícil, porque un hombre y una mujer son muy diferentes y aunque se atraen también se repelen cuando se encuentran inmersos en lo cotidiano y la rutina los envuelve.

No todos los hombres se van con otra o con otro, pero por otros motivos también la relación puede hacerse difícil.  Diferencias en la forma de pensar, gustos distintos, aburrimiento, depresión, problemas laborales o económicos,  adicción al trabajo, familiares absorbentes y entrometidos, fallas de carácter, poca comunicación, indiferencia, etc., pueden hacer la vida imposible si lo único que se tiene es el marido y los hijos.

Cuando una mujer tiene una profesión, o un oficio o una ocupación extrahogareña que le apasiona, o sea, cuando es independiente económicamente y psicológicamente, su mente tiene que dividirse para atender todos sus intereses y compromisos; y las aparentes o reales grandes cosas que pueden molestar o irritar de la pareja,  empequeñecen hasta casi desaparecer,  detrás del entusiasmo por la vida que produce estar creciendo como persona,  desarrollando todo el potencial.

Muchas mujeres aburridas de los maridos,  pueden haber canalizado todo su interés por la vida a través de la relación de pareja, la familia y la crianza de los hijos; y aunque tengan un trabajo que las obliga a estar ocho horas en una oficina, si es una tarea mecánica que no les permite desarrollar su creatividad,  vivirán en permanente angustia existencial y proyectarán su frustración en la persona que tienen al lado, atribuyéndoles su fracaso.


Entonces odian a sus maridos y su condición, en lugar de odiarse a sí mismas, por no ser capaz de darse su lugar y respetarse a sí mismas.

Les pasa a los hombres también pero más a las mujeres que están más condicionadas a renunciar a sus propios intereses por su familia.

No se puede renunciar a ser uno mismo nunca, porque cuando uno lo hace no solamente sufre un estancamiento y mucha frustración sino que hace sufrir a todos los que tiene alrededor con su amargura y su sentimiento de fracaso.

La alegría de estar haciendo lo que a uno le gusta se transmite y toda la familia se regocija; y además los hijos aprenden a hacer lo mismo.

No le echemos la culpa a nadie de la propia frustración, es uno mismo el que elige ser la sombra de alguien, o permanecer en un trabajo monótono y rutinario, por muchos motivos personales,  por comodidad, por falta de iniciativa,  por pereza, depresión, falta de autoestima o poco carácter para ponerse firme y ser capaz de enfrentar desafíos.