Una experiencia de fe


Hablando con una amiga, también psicóloga, me contó una experiencia que vivió con una eventual compañera de asiento, que la desconcertó, mientras viajaba en un ómnibus por la ciudad hacia su destino; acostumbrada a la frialdad generalizada, al egoísmo y a la falta de sensibilidad de la gente, protegida por el anonimato.

El hecho comenzó al subir al vehículo repleto de pasajeros, un señor mayor, con una discapacidad física evidente que le impedía mantener el equilibrio.

Sin embargo, como tristemente es habitual, solamente ella, que estaba sentada en el último asiento, se levantó para cederle su asiento, pero inútilmente, porque el anciano no se percataba de su intención como tampoco parecía enterarse de sus dificultades el resto del pasaje.

Viendo el nerviosismo de mi amiga, su compañera de viaje le dijo: “No se preocupe, yo tengo mucha fe en Dios”; y dicho esto, abrió su bolso, sacó un rosario y se puso a rezar.

Créase o no, inmediatamente alguien se levantó para cederle el asiento al pobre hombre que se balanceaba peligrosamente y amenazaba con caerse en cualquier momento.

Estamos tan acostumbrados a depender de nuestras propias fuerzas y a no creer en otra cosa, que nos parece una ingenuidad pensar que pueda haber algo o alguien superior dispuesto a ayudarnos en todo momento, aún con las más triviales dificultades y los mínimos sinsabores.

Nuestro intelecto no puede deshacerse del pensamiento racional que no le permite ver más allá de lo concreto como para poder reconocer la existencia de una realidad superior, con el poder de ayudarnos siempre que lo pidamos.

El Papa Francisco recientemente acaba de repartir rosarios bendecidos, a miles de fieles, como un remedio eficaz para todos los males; y los fieles de todas las religiones tienen también su forma de rezar

La fe en algo superior, puede mover montañas, aún sin estar inscripto en ninguna religión existe el presentimiento en todo ser humano de que hay alguien o algo más allá de esta realidad que nos apoya y nos escucha, si es que tenemos la humildad de aceptarlo.

Acostumbrémonos a pedir ayuda cuando la necesitemos y confiemos, no nos dejemos vencer por la tristeza o la desesperación, la vida es esperanza, no un camino que comienza y termina un día en la nada. Como dice el Papa, la vida no termina, continúa, tal como lo revela nuestra idea de eternidad.

Malena