El Miedo al rechazo



A todos nos gusta ser aceptados, pero si esto se convierte en una preocupación, podemos optar por aislarnos.

Mucha gente se siente incómoda cuando tiene que alternar con otros, se paralizan y no actúan como realmente son.

La preocupación por los juicios que pueden hacer otros sobre cómo se comportan, cómo se relacionan y sobre qué es lo que dicen cuando hablan, muchas veces suele adquirir dimensiones desproporcionadas.

Este temor al rechazo puede producir problemas físicos y emocionales a la hora de tener que enfrentar una reunión o cuando se les presenta la oportunidad de conocer a alguien,

Es común que estas personas, antes del evento se sientan nerviosas, inseguras y demasiado ansiosas por saber la repercusión que pueden tener en los demás; y cuando se enfrentan a esa situación se sonrojen, sufran palpitaciones, transpiren, se les seque la boca y hasta sientan una necesidad imperiosa de ir al baño.

En general, son las personas dependientes las que tienen una gran necesidad de ser aprobados por los otros y se asustan cuando se encuentran en un entorno hostil.

El miedo al rechazo hace que traten de imitar la conducta de los demás y no se comporten como realmente son.

La autocensura y el intento que hace una persona para no desentonar, produce la pérdida de su identidad, para evitar la desaprobación que esperan de su forma de ser, actuar y pensar.

Detrás del miedo al rechazo existe un complejo de inferioridad y baja autoestima, generalmente desarrollado por un entorno familiar exigente e hipercrítico que no estimula las condiciones particulares de los hijos sino que se empeñan en que cumplan con sus expectativas.

A veces, existen situaciones traumáticas en la escuela o con los amigos que no se han podido elaborar emocionalmente y que continúan afectando la psique cada vez que se pone a prueba la competencia.

Generalmente son los propios prejuicios los que los marginan y los hace perder la espontaneidad, debido a la firme creencia de que no tienen nada valioso para aportar, ni que no son lo suficientemente inteligentes como para opinar o decir algo interesante.

De esta forma, se decide adoptar una conducta convencional, sin compromiso personal, decir nada más que lo que se cree que los demás quieren escuchar y pensar igual que la mayoría para no entrar en una polémica y tener que defender una posición.

Esta necesidad de complacer a los otros, renunciando a los propios deseos y traicionándose a sí mismo los hace sentir desconformes e incómodos y los lleva a evitar las reuniones sociales para no tener que vivir la misma frustración.

Esto mismo suele pasar cuando se comienza una relación de pareja. Es tan grande la necesidad de agradar, que muchos no se muestran como son sino que tratan de comportarse como creen que la posible pareja espera que se comporte, debido al miedo al rechazo, al fantasma de la indiferencia y del abandono.

Para poder salir de ese callejón sin salida que atenta contra todo tipo de relación, hay que romper con los prejuicios y arriesgarse a ser más espontáneo y auténtico, sin necesidad de exagerar ni de decirlo todo de entrada sino estando dispuesto a escuchar a los demás con atención y contestando naturalmente cuando le preguntan.

El problema principal es que una persona que no se valora, tiene baja su autoestima y se avergüenza de sus muchos defectos, cree que los demás van a pensar lo mismo; cuando la realidad es que cada persona es un mundo y tiene un modo único de ver las cosas.

Lo que a uno no le gusta de si mismo puede que a otro le atraiga, generalmente cuando resulta ser una característica de personalidad opuesta.

La resistencia a la crítica y la tolerancia a la frustración, son signos de madurez, cuando la persona aprende que nunca le agradará a todo el mundo pero que siempre habrá gente que lo aceptará y lo amará como es.

Malena