En ese pequeño pueblo de La Pampa, Don Segismundo había tenido muchos hijos con demasiadas mujeres.
Como era muy rico, antes de morir le pidió al cura que buscara a sus herederos. Ya que no había hecho nada por ellos en vida por lo menos lo querrían después de muerto si les dejaba algo de su fortuna.
El pobre hombre tuvo muchas dificultades para cumplir con su voluntad porque tuvo que dedicarse a una minuciosa investigación por todos los alrededores.
Sólo quedó sin interrogar Jacinta, aquella que todos creían que era la hija de Don Rosendo, el panadero.
Sin embargo otros juraban que su padre habría sido Don Samuel, el tendero, aunque la chica fuera el vivo retrato de Don Segundo, el carnicero.
Pero a pesar de las habladurías de la gente del pueblo, el cura sospechaba que Jacinta era una de los muchos hijos del potentado que estaba buscando a sus herederos.
Como el asunto del testamento no se podía resolver con puros chismes, llegó la orden del juez pidiendo la prueba de ADN.
Cuando se compararon los resultados, se pudo comprobar que Don Segismundo no tenía nada que ver con Jacinta.
Intrigado el cura, le preguntó directamente a ella si su madre, antes de morir, le había contado quién era su padre.
"Si papá", le dijo timidamente la joven.
Ver también: Cuentos breves para pensar
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Da la impresión de que la única que no había perdido la cuenta de sus propios actos era la madre de Jacinta.
ResponderEliminarLas apariencias engañan. Y donde menos se espera, salta la liebre.
ResponderEliminarUn abrazo.
Juan Antonio
Hola Anónimo, es un retrato de lo que son los pueblos, donde no se salva nadie de las habladurías y los chimentos, un beso, malena
ResponderEliminarHola Juan Antonio, todos tienen sus secretos. Pueblo chico, infierno grande, un beso, malena
ResponderEliminarMuy bueno Male!!👏👏👏👏
ResponderEliminarSecretos bien guardados !
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