Un hecho real conmovió a una pequeña villa del país del norte; cuando un hombre, reportó a la policía la muerte de su esposa, supuestamente asesinada por un intruso en el patio trasero de la casa.
Los detectives encargados del caso encontraron el cuerpo ensangrentado de la víctima tendido sobre el césped, ultimada a golpes en la cabeza, con un hacha encontrada cerca del cadáver.
La casa estaba totalmente enrejada y además contaba con un sistema de cámaras de seguridad colocadas en lugares estratégicos para mantenerla bien vigilada.
Obviamente no resultaba un objetivo conveniente para ningún ladrón con tantas medidas de seguridad, habiendo alrededor muchas otras del mismo nivel sin rejas ni cámaras.
Por lo tanto, para la policía el primer sospechoso fue el marido, quien curiosamente no mostraba signos de perturbación alguna por la reciente muerte de su esposa.
Además, cuando llegó la patrulla a registrar el hecho, el cadáver ya estaba frío, estimando el patólogo que la muerte se habría producido dos o tres horas antes del llamado del esposo a la policía.
Sin embargo, a pesar de las sospechas los efectivos policiales no encontraron señales ni ninguna evidencia que lo incriminara, por lo que fue dejado libre a las pocas horas.
No obstante, los detectives no abandonaron su hipótesis y se dedicaron a analizar prolijamente los videos que habían registrado las cámaras durante las últimas horas de vida de la víctima.
Sospechosamente, en el escenario del crimen, o sea el patio trasero de la casa, las cámaras habían sido desconectadas, de manera que no quedó registro de los acontecimientos en ese lugar ni se pudo constatar la participación de un intruso.
Pero sí fue grabada la circunstancia en que la pareja salió a pasear al perro y cuando volvieron, momento en que la mujer se dirigió al patio trasero seguida de su esposo, quien después de un rato regresó al frente de la casa, solo.
La policía trabajó intensamente para hallar alguna evidencia que lo incriminara, ya que a esa altura no dudaban que él era el que había cometido el hecho, procediendo a revisar nuevamente la casa hasta que finalmente encontraron unas manchas de sangre en una de las chinelas del sospechoso.
Se analizó el ADN en el laboratorio y se comprobó que era sangre de la víctima.
Fue declarado culpable de homicidio en segundo grado y condenado a veinte años de prisión.
La mujer tenía dinero y temía un ataque de su marido; y había hecho instalar las cámaras para sentirse más segura y además, poco antes de su muerte lo había quitado de su testamento.
Las cintas grabadas, la sangre hallada en la chinela del marido y el hecho de haberlo omitido en su testamento, fueron suficientes pruebas para que recibiera su condena.
La mujer no pudo salvar su vida pero ayudó para hacer justicia.
Los detectives encargados del caso encontraron el cuerpo ensangrentado de la víctima tendido sobre el césped, ultimada a golpes en la cabeza, con un hacha encontrada cerca del cadáver.
La casa estaba totalmente enrejada y además contaba con un sistema de cámaras de seguridad colocadas en lugares estratégicos para mantenerla bien vigilada.
Obviamente no resultaba un objetivo conveniente para ningún ladrón con tantas medidas de seguridad, habiendo alrededor muchas otras del mismo nivel sin rejas ni cámaras.
Por lo tanto, para la policía el primer sospechoso fue el marido, quien curiosamente no mostraba signos de perturbación alguna por la reciente muerte de su esposa.
Además, cuando llegó la patrulla a registrar el hecho, el cadáver ya estaba frío, estimando el patólogo que la muerte se habría producido dos o tres horas antes del llamado del esposo a la policía.
Sin embargo, a pesar de las sospechas los efectivos policiales no encontraron señales ni ninguna evidencia que lo incriminara, por lo que fue dejado libre a las pocas horas.
No obstante, los detectives no abandonaron su hipótesis y se dedicaron a analizar prolijamente los videos que habían registrado las cámaras durante las últimas horas de vida de la víctima.
Sospechosamente, en el escenario del crimen, o sea el patio trasero de la casa, las cámaras habían sido desconectadas, de manera que no quedó registro de los acontecimientos en ese lugar ni se pudo constatar la participación de un intruso.
Pero sí fue grabada la circunstancia en que la pareja salió a pasear al perro y cuando volvieron, momento en que la mujer se dirigió al patio trasero seguida de su esposo, quien después de un rato regresó al frente de la casa, solo.
La policía trabajó intensamente para hallar alguna evidencia que lo incriminara, ya que a esa altura no dudaban que él era el que había cometido el hecho, procediendo a revisar nuevamente la casa hasta que finalmente encontraron unas manchas de sangre en una de las chinelas del sospechoso.
Se analizó el ADN en el laboratorio y se comprobó que era sangre de la víctima.
Fue declarado culpable de homicidio en segundo grado y condenado a veinte años de prisión.
La mujer tenía dinero y temía un ataque de su marido; y había hecho instalar las cámaras para sentirse más segura y además, poco antes de su muerte lo había quitado de su testamento.
Las cintas grabadas, la sangre hallada en la chinela del marido y el hecho de haberlo omitido en su testamento, fueron suficientes pruebas para que recibiera su condena.
La mujer no pudo salvar su vida pero ayudó para hacer justicia.
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