Hay muchos machos dominantes en el mundo pero pocos hombres de verdad.
El macho es el que no se puede equivocar, porque el error afecta su masculinidad y piensa que fallar es cosa de mujeres.
Tampoco se permite ser sensible ni se atreve a soltar una lágrima aunque esté deshecho por dentro, porque los machos no lloran y sería demostrar ser blando.
El macho debe ser violento porque la agresividad le permite desahogarse de un modo que él cree masculino.
Acostumbra no mostrarse como es porque tiene miedo de que crean que si no se ajusta a la imagen que tiene del macho, no es hombre.
No puede tolerar que lo critiquen porque en el fondo es inseguro y no acepta las variaciones en su potencia sexual como algo natural sino que las niega.
Conseguir la erección es un objetivo ineludible en su vida que para él es el símbolo de su poder, y el fracaso es siempre culpa del otro.
Las mujeres, para los machos dominantes, sirven para tener sexo y para atenderlo, necesita que sean dependientes y que lo obedezcan; y si es culta y educada no es para ellos porque no soportan que sepan más que él.
Desprecia a los intelectuales porque lo pueden aventajar, no le interesa ilustrarse porque vive pegado a lo concreto fiel a su imagen y se relaciona a su nivel.
La vida de un macho dominante gira alrededor del hecho crucial para él de defender su hombría, que en general suele no ser tal, sino al contrario, es la fachada que le sirve para ocultar una solapada tendencia latente homosexual.
Pretende enarbolar la bandera de la masculinidad con poses en desuso que le ayudan a recobrar la tranquilidad, porque internamente está inseguro luchando con su ambigüedad.
El macho es un arquetipo universal, porque es la imagen que la humanidad ha forjado durante miles de años, es lo que se espera de él y que ha sabido mantener.
Pero la fortaleza no implica dominación, la presencia de ánimo no significa prepotencia, el coraje no representa necesidad de competir, ayudar a sostener no hace débiles a los demás y la sensibilidad no simboliza blandura de carácter.
El problema del macho además, es no poder salir de él mismo y dividir a la humanidad en machos, dueños del territorio y hembras atadas a él, siempre dispuestas y sujetas a sus caprichos.
El mito del héroe simboliza al hombre y es muy difícil salir airoso de ese condicionamiento, sin caerse del otro lado, porque los términos medios no resultan imágenes definidas para identificarse.
Sólo le queda al hombre actual, si quiere ser un verdadero hombre, decidirse a terminar y liberarse de esa imagen y atreverse a ser él mismo.
El macho es el que no se puede equivocar, porque el error afecta su masculinidad y piensa que fallar es cosa de mujeres.
Tampoco se permite ser sensible ni se atreve a soltar una lágrima aunque esté deshecho por dentro, porque los machos no lloran y sería demostrar ser blando.
El macho debe ser violento porque la agresividad le permite desahogarse de un modo que él cree masculino.
Acostumbra no mostrarse como es porque tiene miedo de que crean que si no se ajusta a la imagen que tiene del macho, no es hombre.
No puede tolerar que lo critiquen porque en el fondo es inseguro y no acepta las variaciones en su potencia sexual como algo natural sino que las niega.
Conseguir la erección es un objetivo ineludible en su vida que para él es el símbolo de su poder, y el fracaso es siempre culpa del otro.
Las mujeres, para los machos dominantes, sirven para tener sexo y para atenderlo, necesita que sean dependientes y que lo obedezcan; y si es culta y educada no es para ellos porque no soportan que sepan más que él.
Desprecia a los intelectuales porque lo pueden aventajar, no le interesa ilustrarse porque vive pegado a lo concreto fiel a su imagen y se relaciona a su nivel.
La vida de un macho dominante gira alrededor del hecho crucial para él de defender su hombría, que en general suele no ser tal, sino al contrario, es la fachada que le sirve para ocultar una solapada tendencia latente homosexual.
Pretende enarbolar la bandera de la masculinidad con poses en desuso que le ayudan a recobrar la tranquilidad, porque internamente está inseguro luchando con su ambigüedad.
El macho es un arquetipo universal, porque es la imagen que la humanidad ha forjado durante miles de años, es lo que se espera de él y que ha sabido mantener.
Pero la fortaleza no implica dominación, la presencia de ánimo no significa prepotencia, el coraje no representa necesidad de competir, ayudar a sostener no hace débiles a los demás y la sensibilidad no simboliza blandura de carácter.
El problema del macho además, es no poder salir de él mismo y dividir a la humanidad en machos, dueños del territorio y hembras atadas a él, siempre dispuestas y sujetas a sus caprichos.
El mito del héroe simboliza al hombre y es muy difícil salir airoso de ese condicionamiento, sin caerse del otro lado, porque los términos medios no resultan imágenes definidas para identificarse.
Sólo le queda al hombre actual, si quiere ser un verdadero hombre, decidirse a terminar y liberarse de esa imagen y atreverse a ser él mismo.
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