El martirio de la esclavitud ha dejado una secuela fantasmal en esta isla donde aún siguen escuchándose los lamentos de sus muertos.
Sobre la costa atlántica de Senegal, en esta pequeña isla, escenario de la pesadilla de millones de almas víctimas de la crueldad humana por ambición, aún viven alrededor de mil doscientas personas dedicadas a recibir al turismo, rodeados de paisajes inigualables y sin autos en sus calles.
Durante casi trescientos años fue un centro importante del tráfico de esclavos, que llevaron a cabo los europeos, que funcionaba como zona de espera para luego ser embarcados hacia las colonias holandesas, francesas, portuguesas e inglesas.
Si no morían antes, la muerte los esperaba en sus destinos, donde padecían toda clase de tormentos y privaciones y donde perdían su dignidad de personas.
Se estima que más de seis millones de personas murieron antes de ser embarcadas debido a las pésimas condiciones de vida que tenían los esclavos en esa isla, que eran clasificados como mercaderías y vendidos en función a su valor según cada parámetro, y ubicados en pequeñas celdas, donde esperaban su turno para el largo viaje de pura agonía, que solía durar más de cuarenta días.
Gorée aún conserva una de estas casas de esclavos como un museo del horror y la tragedia, que fue declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en el año 1978 y quedó en manos de los franceses según el tratado de Versalles en el siglo XVII.
Los hombres mujeres y niños eran capturados en algunos lugares del interior de África, o bien negociados con los líderes de sus tribus y eran llevados encadenados hacia los lugares de detención a la espera de su traslado al nuevo continente.
En 1815 se abolió la esclavitud, perdiendo la isla su importancia económica, aunque esta práctica continuó estando vigente mucho tiempo después en las colonias.
A principios del siglo XIX la mitad de la población brasileña, que alcanzaba a cuatro millones de habitantes, eran esclavos. En Cuba el 60% de la población era esclava. En Haití el último censo determinó que sólo dos mil de sus tres millones y medio de habitantes eran blancos, siendo la gran mayoría descendientes de esclavos africanos.
El museo de Gorée es la expresión cruda del sufrimiento humano que aún se mantiene viva para evitar que sea olvidado.
El lamento de sus muertos continúan escuchándose y son inútiles los esfuerzos para acallarlos.
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