Por distintos motivos, generalmente inconfesables, desde siempre algunas personas han logrado dominar la mente de sus semejantes, obligándolos así a hacer su voluntad o a cambiar su conducta. La Psiconeurología es la ciencia que estudia estas estrategias y los mecanismos psicológicos que se ponen en funcionamiento en sus víctimas que piensan diferente.
Jim Jones, fundador de la secta del “templo del pueblo”, obligó subliminalmente a sus adeptos a suicidarse tomando cianuro provocando un tendal de muertes.
Patricia Hearst, millonaria norteamericana, fue secuestrada por una organización terrorista y terminó adhiriéndose a ellos y participando en sus delitos cometiendo robos a mano armada.
David Koresh, líder de la secta de Waco, Texas, pudo convencer a sus 85 seguidores a resistirse a la policía permaneciendo pertrechados durante 51 días.
Charles Manson, lider del grupo denominado “la familia”, participó en la conspiración que asesinó en 1969 a los que creían en él.
El arte de dominar la mente de otros existe desde que el hombre adquirió el lenguaje hablado; aunque el liderazgo y el dominio de unos sobre otros entre otras especies animales también es evidente aunque aparentemente no tengan lenguaje articulado.
El lavado de cerebro trasciende a las palabras y puede reemplazarse con maltratos y abusos y en el campo de la publicidad con argucias visuales y simbólicas con la intención de producir cambios en los hábitos de consumo.
Las técnicas que utilizan estos grupos pueden ser diferentes y tener distintas etapas, pero el objetivo es el mismo, dominar a otros para que cambien su forma de pensar y actuar y hagan lo que les dicen.
Una forma es involucrar lentamente a las víctimas sin que se den cuenta del grado de responsabilidad que asumen.
La participación comprende tareas de poca importancia y se les brinda muy poca información general sobre los acontecimientos que intentan llevar a cabo.
La médium Marian Keech, líder de la secta “la fraternidad de los siete rayos”, les decía a sus seguidores que recibía mensajes de extraterrestres avisándole sobre una inminente inundación en la que sólo podrían salvarse huyendo en un plato volador que enviarían a tal efecto.
Aunque el día señalado no se produjo ninguna catástrofe ni apareció ningún plato volador, la creencia de los fieles, contrariamente a lo que se supone, adquirió más fuerza.
Se estudió este fenómeno en la Universidad de Stanford y se llegó a la conclusión que el estado de tensión que provoca la contradicción entre la certeza de haber cometido un error y el hecho de no poder explicárselo a si mismos, los hace decidirse a seguir adelante, involucrándose aún más en la organización.
Conociendo este mecanismo psicológico, los líderes se aseguran que los miembros seguirán colaborando aún cuando los objetivos les resulten aberrantes.
En estas organizaciones el control de la información es crucial y sólo está en manos de la cúpula del poder. El resto recibe datos ambiguos y afirmaciones generales y vagas sobre la realidad, que presuntamente necesita de la intervención de la secta para volver a la normalidad.
El síndrome de Estocolmo, es otro ejemplo de cómo una víctima de un abuso puede solidarizarse con el que la secuestra y convertirse en su cómplice.
Esto lo explica la situación de dependencia y asilamiento que se crea, la cual provoca una reacción emocional similar a la que tienen algunos niños con padres que abusan de ellos o los maltratan, de agradecimiento y afecto.
Por lo general, las personas que caen víctimas de estos megalómanos psicópatas, suelen ser los adolescentes y adultos débiles de carácter con estructuras de personalidad poco firmes, inseguras, resentidos y desconformes consigo mismos que buscan trascender aunque sea en la clandestinidad y necesitan un grupo de pertenencia.
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