No son los demás los que nos marginan, somos nosotros mismos los que no nos aceptamos y los que no nos queremos, porque los otros son el espejo de nosotros mismos.
Las
grandes ciudades crean altas expectativas en sus habitantes. Los mensajes subliminales de la publicidad
forman tendencias, dictan normas, orientan la opinión y difunden valores,
obligando principalmente a los jóvenes a seguir sus mandatos sin ningún juicio
crítico.
Es
imposible para la mayoría mantenerse a la vanguardia en cuanto a la moda, los
usos y las costumbres, porque exige un poder adquisitivo superior a lo que
puede ganar gran parte de las familias, además del estrés que produce vivir
pendiente de los cambios caprichosos de los modelos sociales.
Los
jóvenes desean ser aceptados y creen que seguir los mandatos que exigen los
grupos para pertenecer es la forma de sentirse seguro y querido.
Sin
embargo, aunque puede ser una ventaja estar a la moda para ciertos grupos, la
aceptación genuina pasa por otras cuestiones más difíciles de lograr como por
ejemplo, la autoestima, la seguridad y la confianza en sí mismo.
La
autoestima implica ser fiel a uno mismo, aceptarse, conocer cuáles son los propios valores, estar
dispuestos a respetarlos y a incorporarlos a la identidad para siempre. Esa es la verdadera base de la autoestima, no
dejarse influir por los demás, tener una actitud autocrítica, siendo sinceros
con uno mismo y con los demás.
Una
persona que no tiene convicciones firmes, que no se compromete con una forma de
pensar, tiene miedo de tomar decisiones y actúa en forma errática, poco
asertiva e infantil, por más bien vestido que esté y se esfuerce en estar de
onda, fracasará en el intento de ser considerado y aceptado en un grupo.
Los
fracasos para insertarse en los grupos producen miedo social, sentir que no se
puede estar a la altura de los demás, no atreverse a ser quien uno es, ser capaz de tolerar la frustración y resistir
la crítica y de reírse de uno mismo.
El
que no puede aceptar una crítica no acepta que puede cometer errores, porque
cree que tiene que ser perfecto y equivocarse lo convierte en alguien
vulnerable.
Cuanto
más nos parecemos a los demás, menos somos nosotros mismos y menos nos agrada
lo que somos y menos sabor tiene la vida.
La
mayoría vive obsesionada por su peso, su aspecto personal, sus arrugas, pero no
tiene en cuenta otros valores positivos aún más necesarios para el bienestar
personal como quererse, tener autoconfianza, sentirse seguros y perdonarse.
¿Por
qué le damos más valor a lo externo que a lo interno?¿Por qué nos dejamos
presionar por las pautas sociales y el qué dirán?
Es
difícil atreverse a ser realmente objetivo y ver la realidad tal cual es sin
dejarse llevar por mandatos que ni siquiera podemos darnos cuenta que son de
afuera, porque los hemos incorporado tanto que los hemos hecho nuestros.
Más
allá de todo lo que hemos aprendido, todos tenemos la capacidad de poder
reflexionar qué es lo auténtico de nosotros mismos, lo más genuino, lo que nos
permitirá superar nuestras propias limitaciones y encontrar nuestro verdadero
sentido de la vida.
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