Muchas
personas en el mundo padecen de dolores crónicos que se mantienen aún después
de haberse curado las lesiones que los provocaron.
Si
se pudiera llegar a conocer más sobre la biología del dolor crónico se podrían
lograr tratamientos personalizados para cada paciente.
Una
simple torcedura de muñeca puede provocar un dolor crónico que puede alterar
significativamente la vida de quienes lo padecen, producirle depresión,
insomnio, falta de concentración y disminución de la capacidad cognitiva.
Estos
dolores crónicos son resistentes a cualquier tratamiento tradicional como la
aplicación de fisioterapia, que resulta eficaz solamente durante un corto
tiempo o la administración de analgésicos, que pueden provocar trastornos colaterales.
Cerca
de un veinte por ciento de la población adulta mundial padece de dolores
crónicos y según la Organización Mundial de la Salud el 50% de estos pacientes
no se ha podido recuperar en un año.
Las
causas más comunes de los dolores
crónicos pueden ser lesiones traumáticas, artritis, cáncer y enfermedades
metabólicas, como la diabetes que puede provocar daño en los nervios. También existen casos de dolores permanentes de los cuales no se conoce el origen.
Aún
no se sabe por qué algunas lesiones producen un dolor crónico y por qué otras
no; ni tampoco por qué afecta solamente a algunas personas y a otras no.
Las
últimas investigaciones en neurología han revelado que existen cambios en las
neuronas que podrían explicar el dolor persistente; habiéndose verificado que
en algunas células de la médula espinal se produciría una especie de
aprendizaje molecular que conservaría el recuerdo del dolor a largo plazo.
El
dolor crónico es mucho más devastador que un dolor agudo que aparece de pronto
pero dura poco tiempo.
El
dolor permanente altera las regiones cerebrales que intervienen en los
sentimientos y pensamientos complejos, lo que explicaría los trastornos
emocionales y cognitivos que producen, como la depresión y el déficit de
atención.
Existen
indicios de que el dolor crónico podría ser una enfermedad neurodegenerativa de
partes del cerebro que se relacionan con la atención, la memoria y la capacidad
de tomar decisiones.
El
dolor se percibe a través de específicas neuronas sensitivas que se encuentran
diseminadas por todo el cuerpo, las cuales transmiten la información a neuronas
de la médula espinal, que a su vez la envía a los centros cerebrales que
perciben el dolor.
El
dolor tiene una función protectora que tiene el sistema nervioso para evitar
cualquier daño externo; pero también puede activarse en forma patológica por el movimiento de las articulaciones,
roces u otras acciones, en algunas personas demasiado sensibles al esfuerzo físico y al contacto con
el mundo externo.
Las
lesiones en los nervios periféricos debido a traumatismos, enfermedades como la
diabetes o el cáncer, los tratamientos químicos o el consumo de drogas, principalmente
de alcohol, pueden provocar una descarga eléctrica continua en los nervios
afectados.
Después
de una lesión, las señales de las células sensibles al dolor en la periferia
del cuerpo, se amplifican y los mensajes exagerados pueden dar origen al dolor
patológico. Por lo tanto, eventualmente,
los tratamientos que puedan inhibir esta amplificación aliviarían los dolores y
evitarían las alteraciones estructurales del cerebro.
El
dolor persistente puede provocar atrofia cerebral. Los pacientes con dolor de espalda crónico
presentan menor densidad de neuronas en la corteza prefrontal y en el tálamo
derecho, si se los compara con individuos sanos.
El
ejercicio físico y las actividades intelectuales pueden disminuir el deterioro
cognitivo que a veces sufren los pacientes con dolores crónicos.
Fuente:”Mente
y Cerebro”; No.56/2012; “Cuando el dolor
persiste”; Frank Porreca, profesor de farmacología y anestesiología de la
Universidad de Arizona y Theodore Price, profesor de farmacología de la misma
universidad.
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