La Culpa es de mi padre



El nacimiento es el primer desprendimiento, tal vez el más desgarrador.  De pronto, el niño por nacer está obligado a abandonar el total bienestar que gozaba dentro del útero materno para salir al mundo, un lugar hostil, atemorizante y amenazador donde apenas puede respirar, se siente incómodo, dolorido, atemorizado, hambriento y sediento;  y donde si no encuentra el refugio de los brazos amorosos de una madre o de alguien que se apiade de él,  podría morir.

Ese confortable lugar que el bebé perdió y que le proporcionaba un estado de felicidad sin límites, jamás podrá recuperarlo, sin embargo, permanecerá anhelándolo  toda su vida.

Una catarata de imágenes invade a un niño recién nacido pero sólo serán significativas, aquellas que logren satisfacer sus necesidades vitales.

Recién a los ocho meses un niño puede reconocer a su padre, porque es a esa edad cuando se da cuenta de que está separado de su madre y toma  conciencia de sí mismo.

La imagen de su padre quedará para siempre fijada en su cerebro como una impronta que le brindará la seguridad que necesita.

La figura del padre es fundamental e irremplazable,  para un niño y también para una niña, tanto para su mejor crecimiento como para su desarrollo sexual normal.

Se podría afirmar que de esta manera,  un niño que viene al mundo debería tener aseguradas las condiciones básicas e indispensables para crecer sano y feliz;  sin embargo, es probable que el recuerdo de su inefable estado anterior no permita que las experiencias que le toquen vivir, aunque sean ideales, nunca lo satisfagan plenamente.

El padre y la madre, en el mejor de los casos,  harán lo que puedan para proporcionarle lo que necesita, pero jamás su conducta podrá alcanzar el comportamiento ideal que ese bebé espera.

Mientras la madre es el pilar en el que se sostiene el hogar y representa la imagen afectiva para el desarrollo emocional del hijo, el padre es el acompañante ideal que brinda el apoyo necesario para su seguridad.

El padre es la figura que más frustraciones acarrea a un niño, porque, por razones obvias,  aparece y desaparece y pocas veces responde a su llanto; así comienza a aprender cómo es el mundo en que vive,  que no siempre responderá a sus requerimientos y que tendrá que adaptarse a él.

La expectativa de rol de un padre en la sociedad que vivimos es  principalmente la de sostenedor y la de autoridad. Si un padre no cumple las expectativas de rol, el hijo no contará con el modelo de padre que necesita para a su vez, cuando corresponda, poder hacer lo mismo.

Pero aún cuando un padre se comporte adecuadamente, no es condición suficiente para ser el padre ideal,  que su hijo hubiera deseado tener.

El padre es el que pone los límites  y el que tiene que asumir la  responsabilidad en cuanto al sostenimiento del hogar, que puede compartir con su mujer si ella también trabaja.

Cuando alguno de los miembros de una familia no cumple su rol, lo asume otro del mismo grupo, pero se producen graves problemas de relación, dificultades en el desarrollo psicosexual de los hijos, trastornos de conducta, problemas de ansiedad y adicciones.

Muchos jóvenes con problemas psicológicos provienen de familias disfuncionales que carecen de contención familiar, de presencia paterna o de figuras sustitutas para identificarse. 

Estos jóvenes suelen ser autodestructivos y convertirse en una amenaza para la sociedad, debido a graves carencias afectivas, experiencias de soledad y pérdida del sentido de la vida.

Pero no todos los jóvenes con esas condiciones de vida tienen el mismo comportamiento, algunos, los más fuertes, eligen identificarse con otras figuras significativas, como maestros, sacerdotes, profesores o ídolos populares y logran trascender su condicionamiento.

Aunque provenir de una familia disfuncional haga que las cosas para una persona sean más difíciles, la culpa de los infortunios no es ni del padre ni de la madre que se tiene o que se ha tenido, sólo es responsabilidad de uno mismo, porque el ser humano cuenta con todos los recursos para trascender cualquier condicionamiento y en última instancia es el que elige su destino.

Todos anhelamos un cambio en esta sociedad en la que parecen haberse perdido todos los valores; pero el cambio sólo es posible de adentro para afuera, o sea un cambio en la conciencia individual que lleve a cada individuo a comportarse en forma honesta y responsable y a no echarle la culpa a nadie de lo que elige libremente.

Malena