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La familia es la más importante de las estructuras sociales, porque es la que hace posible el apoyo, la contención y la formación que necesita todo ser humano para sobrevivir y poder interactuar posteriormente en la sociedad.
Con los cambios
propios de cada época, la familia es el entorno que nos rodea desde que
nacemos, en el mejor de los casos, el lugar donde recibimos las primeras
manifestaciones de amor donde adquirimos los valores fundamentales de la vida y
donde aprendemos a desarrollarnos como personas individuales y sociales.
Hasta no hace mucho
tiempo, la unión de una pareja era exclusiva
responsabilidad de sus respectivos progenitores. En muchos países los matrimonios se
arreglaban desde muy temprana edad principalmente con objetivos prácticos,
teniendo en cuenta el beneficio económico que podía reportarle a ambos grupos
familiares.
Aunque puede ser
difícil de aceptar, estos matrimonios duraban mucho más tiempo que los de ahora,
basados en el enamoramiento, la pasión y la atracción física.
Los hijos nacidos
en el seno de matrimonios concertados por intereses familiares, se criaban en un entorno seguro, rodeados de
muchos hermanos y con la presencia invariable de sus padres y muchas veces de
sus abuelos y otros familiares directos.
Es importante saber
que la influencia familiar es la más importante no sólo para la educación de un
niño sino también para su futura salud mental.
En el último siglo,
el concepto de familia tradicional se ha modificado significativamente.
Actualmente,
una persona puede pertenecer no sólo a una familia sino a varias, tener medios
hermanos, hermanastros, padrastros o madrastras y otros familiares políticos.
Muchas veces una
familia puede contar con un solo progenitor que hace las veces de padre y madre,
doble rol que por lo general es asumido por las mujeres.
En estos casos los
niños pueden sufrir la carencia de figuras significativas masculinas,
circunstancia que puede o no potenciar la posibilidad de identificaciones
sexuales negativas y distorsionar su desarrollo psicosexual.
A pesar de los
cambios, todavía vivimos en una sociedad patriarcal, donde los hombres son los
que dominan en gran parte las organizaciones sociales, productivas, políticas,
legales, culturales y familiares; y donde aún, la expectativa de rol de la
mujer, sigue siendo en muchos estratos sociales, el cuidado del hogar y de los
hijos.
Este patrón se
mantiene aunque las mujeres trabajen a
la par del hombre y tengan que hacerse cargo por distintos motivos de todos los
roles.
En las estructuras
familiares patriarcales, el nivel de exigencia del padre suele ser alto y
rígido especialmente sobre los hijos varones, presiones que pueden provocarles
angustia y disminuir su rendimiento, mientras que la presión que suelen ejercer
sobre las hijas se puede limitar al logro de un buen matrimonio y a no superar
a sus hermanos varones.
El hombre con
mentalidad patriarcal no permite la independencia de sus hijos ni está
dispuesto a respetar su individualidad, controlará todas sus decisiones, la
carrera que deberá seguir, las amistades que deberá frecuentar y hasta el
partido político que tendrá que apoyar.
Esta función
paterna generará rivalidad y mucha hostilidad en los hijos, e influirá
negativamente en su identidad masculina.
En el tipo de
familia matriarcal, donde no existe la figura paterna, el niño puede incorporar
las identificaciones de los tíos o abuelos de la madre.
Las nuevas
estructuras sociales que se generaron a partir de la progresiva igualdad entre
el hombre y la mujer y en la mayor participación de la mujer en todos los
ámbitos de la cultura, conviven con el esquema familiar tradicional habiendo
logrado su lugar y su reconocimiento social y legal.
La posibilidad de
incorporarse a todos los niveles del mundo laboral, la aparición de los métodos
anticonceptivos, el divorcio, las nuevas técnicas de fecundación artificial, ha
liberado el camino para atenuar la rivalidad entre el hombre y la mujer y
modificar su modo de relación.
Sin embargo,
cualquiera que sea la estructura familiar, debe existir necesariamente entre
sus miembros y por parte de los progenitores hacia sus hijos, un armonioso
criterio de autoridad, que no significa dar órdenes sino poner los límites e
indicar las normas de conducta y convivencia, sin contradecirse y estando de
acuerdo con los mismos valores.
Es necesario que los
padres y las madres mantengan su autoridad y la diferencia de roles con
respecto a sus hijos evitando desautorizarse mutuamente y sin caer en la
tentación de ser compinches o amigos de sus hijos en lugar de padres.
Malena Lede - Psicóloga
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