Muchas relaciones
de pareja fracasan porque después de un tiempo ocurre lo inevitable, el romance se acaba.
Para las chicas
jóvenes es difícil entender que el romance no puede durar para siempre,
simplemente porque nada dura para siempre y porque particularmente el romance
es propio de los primeros tiempos de una relación, cuando ambos se sienten
atraídos como imanes, cuando todavía pueden estar diez minutos mirándose a los
ojos y cuando el único interés que le da
sentido a sus vidas es estar juntos.
Pero la vida no se
centra solamente en el amor de pareja, existen otros intereses tan atractivos
como el amor, por ejemplo un trabajo, un oficio, un estudio, un deporte, una carrera, estar con amigos o familiares que también
demandan tiempo y dedicación y cuya compañía también puede ser importante.
No se puede jurar
pasión eterna, pero si se puede prometer amor eterno con momentos de pasión que
no monopolizará sus vidas, los hará sentirse felices pero no
bastará para sentirse plenamente realizados.
Las personas que se
resisten a madurar y que cambian continuamente de pareja cuando se termina el
romance, no están preparadas todavía para una relación estable a largo plazo,
porque prefieren no avanzar y quedarse estancados en la luna de miel, que por
supuesto pasa, dejando lugar a una forma de relación diferente, más madura pero
no necesariamente menos satisfactoria.
Idealizar a la
pareja es una señal de inmadurez, porque las personas maduran, cambian,
evolucionan, no permanecen siempre igual como entelequias, en el mejor de los
casos crecen, adquieren experiencia y seguridad, se hacen más interesantes como
personas aunque tengan unos kilos de más y pierdan el pelo.
El cambio es lo
único que no cambia y negarse a aceptarlo es algo propio de los niños y no de gente madura.
La falta de madurez
de los jóvenes de hoy se relaciona con el miedo a la vida, miedo a envejecer, a
la pérdida, al futuro, al compromiso y a las responsabilidades.
El mundo se está
transformando en un gran jardín de infantes, lleno de personas de más de
treinta y de cuarenta años que se siguen comportando como adolescentes y que
continúan cometiendo travesuras como los niños, pero más peligrosas, aferrados
a su adolescencia.
Malena Lede -
Psicóloga
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