Es cierto que desde que nacemos estamos expuestos a
muchos peligros, sin embargo, la mayor parte de la gente, logra desarrollarse,
crecer y llegar a vivir muchos años.
Las noticias por televisión, centradas únicamente tragedias
y desgracias, nos predisponen a pensar
que también nosotros podríamos ser protagonistas de algún hecho
lamentable, lo que puede limitar nuestra acción y nuestros planes, preocuparnos
más de lo necesario y convertirnos en personas temerosas que están esperando
que ocurra una catástrofe.
Una gran ciudad es una verdadera jungla de asfalto
pero afortunadamente, las estadísticas indican que son bastante escasas las
posibilidades de sufrir un hecho que ponga en riesgo nuestra vida.
Este miedo que suele inquietar a mucha gente sin
demasiado fundamento, casi siempre no condice con la actitud negligente que muestran
cuando conducen un vehículo.
No es raro que utilicen el celular mientras manejan,
que no usen el cinturón de seguridad de su auto, que no respeten los semáforos,
que superen el límite de velocidad permitido, que hayan tomado alcohol o que
insulten a otros automovilistas por pequeñeces sin pensar que podrían estar
armados y contestarles a tiros.
El peor enemigo del hombre no es el improbable
acontecimiento que raramente lo sorprenda y amenace su integridad física sino
que es y será siempre él mismo.
El hombre se resiste a aceptar las normas aunque sea
peligroso, sin embargo puede temer ser asaltado y despojado de sus pertenencias
y quejarse de la falta de seguridad en las calles.
Las personas desean sentirse seguras y no tener
problemas, pero si pudieran lograr esa tranquilidad absoluta, ¿no deberían
también renunciar a su natural espíritu aventurero y a su deseo de enfrentar
algún riesgo?
Todos deseamos vivir tranquilos, pero ¿podemos ser capaces de vivir sin problemas una vida tranquila, sin ningún altibajo y sin las preocupaciones que implican los desafíos?
Malena Lede - Psicóloga
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