No es habitual ver
mujeres durmiendo en la calle, pero si es bastante común ver a muchos hombres.
El problema de los
hombres suele ser el abuso del alcohol o de las drogas que los lleva a tirarse
en cualquier rincón hasta que recuperan la conciencia y puedan o no volver a sus
casas.
A veces, se trata
de soledad, de la pérdida de la familia, de un trabajo, de una posición y por haber caído en la
depresión.
En la calle se
pueden sentir más acompañados y vivir experiencias alucinantes. La calle es un
lugar de encuentro con otros de igual condición o con quienes se compadecen y se
detienen a conversar con ellos, pero también suelen ser testigos de accidentes, robos y de una serie de hechos que por lo violentos y delictivos sólo se pueden experimentar de noche.
En la calle hay
ruido, animación y también se pueden vivir verdaderas aventuras; principalmente la aventura diaria de poder comer, de conseguir abrigo cuando hace frío y de soportar dolores y
sufrimientos sin poder hacer nada para mitigarlos.
En el caso de las
mujeres, si les preguntan, podrán confirmar que la situación clásica es haber abandonado el hogar por cuestiones de
violencia doméstica, graves discusiones, peleas o golpes.
Por suerte no son
muchas las que en un momento de desesperación deciden dejar su hogar, a veces
con los hijos y sin tener dinero, y que se atreven permanecer en las calles, expuestas a serios peligro, arriesgándose a pasar hambre y frío.
Aunque sea difícil de creer, pocas veces se trata de problemas económicos, sino de conflictos sociales, una infeliz
convivencia, malos tratos; la obligación de tener que compartir una casa con
alguien que creen haber llegado a odiar y otros conflictos atendibles pero que
no siempre justifican el abandono del hogar.
Los hijos tienen
que sufrir o bien la falta de uno o de los dos progenitores o elegir acompañarlas a exilio y sumergirse con ellas en el peligroso mundo de los indigentes. Abandonan la
escolaridad y vagan con sus madres por las calles compartiendo su desamparo y las mismas carencias.
Si bien no todas
las situaciones de calles son iguales tienen mucho en común, o sea la experiencia
de la destrucción de los hogares, la frustración, la pérdida de los intereses y
de la motivación para vivir.
Porque la condición
social de esas personas no siempre es la miseria, pero sí es la expresión de
una crisis que no pueden tolerar más y que las mueve a preferir vivir en la jungla de asfalto y no en sus casas.
¿Se puede llegar a
perdonar y volver al hogar después de haberse ido? Porque suele suceder que
después de algunos días, de pronto extrañen todo lo que dejaron, incluso a la
persona que les hacía la vida imposible.
Casi se puede
afirmar que esa es la regla, extrañar a un sádico alcohólico, la televisión, la
cama y hasta las reconciliaciones.
Somos seres
imprevisibles, contradictorios, débiles, incapaces de enfrentar con humildad
los problemas y de dejar de lado el orgullo.
El orgullo genera
violencia porque activa zonas cerebrales que provocan ira frente a las actitudes
desafiantes y cuando un hombre está bajo los efectos del alcohol, pierde las barreras de su control emocional pasan a la acción.
Entonces, todas las batallas hogareñas
a ese nivel las ganan siempre los hombres, no porque sean los que tengan la
razón sino porque son más corpulentos que las mujeres.
Ellas tuvieron
coraje y respondieron al primer impulso, pero les faltó compasión, comprensión, apiadarse de los hombres, y en lugar de desafiarlos, utilizar la inteligencia, como hacían nuestras abuelas, negociar,
convencer, influenciar, sin demostrar que son superiores como realmente lo son,
con una actitud de humildad y algo del amor que seguramente aún guardan en sus
heridos corazones.
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