Mi tía Olga nació en Italia en el año 1910 y vivió noventa y seis saludables años hasta que su corazón dejó de latir a principios del nuevo milenio. Es probable que el haber nacido en los comienzos del siglo pasado, les puede parecer a muchos una eternidad, dado los enormes cambios tecnológicos que se produjeron en el mundo y siendo hoy en día la vida tan diferente.
Ella era la mayor de tres hermanas, la del medio era mi madre, Julia, seis años menor y la más chica era mi tía Hortensia, dos años menor que mi madre.
Mis abuelos maternos eran de Alessandría, región piamontesa de Italia cuyas montañas constituyen la frontera natural con Francia y mi tía Olga nació en Tortona, un pueblo de Milán, Italia.
En Europa la situación se volvió caótica y entonces decidieron dejar ese pueblo para venir a Argentina, con la esperanza de una vida mejor.
Viajaron en barco, ya que en esa época era el único medio de transporte para cruzar el Atlántico. Sin embargo, después de algunos años, mi abuelo decidió regresar a su tierra natal, porque en definitiva no se pudo adaptar.
En Italia, la situación política se volvió crítica en pocos años, gobernaba Mussolini, los depósitos en los bancos fueron confiscados y mis abuelos estaban corriendo el riesgo de perder todos sus ahorros. Además, todos sus amigos también se habían ido, a probar fortuna en otro lado.
Decidieron regresar a Argentina y finalmente se establecieron en la localidad de San Fernando, que en aquella época era pleno campo, un lugar solitario por donde no pasaba nadie.
Sin embargo, mi padre, que por cuestiones de trabajo solía frecuentar esos lugares, allí es donde tuvo la oportunidad de conocer a mi madre.
Por su parte, mi tío Mario, conoció a mi tía, en Bella Vista, por medio de uno de sus tíos, hermano de su madre.
Olga y Mario se casaron primero y tuvieron dos hijos, el mayor que se llamaba Mario, como su padre y la menor, Ana María, diez años después.
Mi madre se casó con mi padre y tuvo tres hijas, Marta, la mayor, yo, que era la del medio y Elsa Inés, la más chica.
Mi tía Hortensia, que era la menor, se quedó con sus padres y recién se casó a los cuarenta años.
Hasta los 22 años viví con mi familia en Buenos Aires, en el barrio de San Cristóbal, a una cuadra y media de la casa de mi tía donde íbamos con mucha frecuencia.
Tanto mi madre como mi tía hacían una vida bastante sedentaria; mi tía que era muy tranquila, solía planchar la ropa sentada y nunca permitió que yo la ayudara porque su marido era muy exigente.
Mi tío era de Pergamino y como muchos provincianos, siendo joven había venido a probar fortuna a Buenos Aires.
Empezó a trabajar como dependiente en el Bazar Dos Mundos, un importante y prestigioso comercio de ese entonces; y con el tiempo logró escalar posiciones hasta llegar a ser el gerente de la Sucursal San Cristobal.
Era un hombre muy conocido y respetado en el vecindario. Tenía un gusto estético exquisito y le deleitaba estar rodeado de cosas bellas en el negocio y también en su casa.
En ese momento mis tíos vivían en un amplio departamento de un antiguo edificio, en la planta baja a la calle
Su posición como gerente del Bazar Dos Mundos y su cotidiano ir y venir de su casa al trabajo, le permitió ser conocido por todos los comerciantes y profesionales de la zona, por muchos de los puesteros del antiguo mercado de la calle Pozos, donde mi tía hacía las compras; y por los médicos oftalmólogos del Hospital Santa Lucía
Su aspecto llamaba la atención porque le gustaba vestir bien. Usaba trajes y camisas hechos a medida, zapatos de primera calidad de la mejor zapatería de Buenos Aires y tenía una gran colección de corbatas.
Era un perfeccionista en todo; tenía una pequeña bodega en el patio de su casa, donde él mismo envasaba los vinos que le llegaban directamente de Mendoza; el último modelo de equipo de música y una importante colección de discos clásicos.
Le gustaba la buena música y particularmente el folklore y todos los miércoles a la noche íbamos mi hermana mayor y yo, con ellos, a bailar folklore a la peña El Ceibo, que en ese entonces funcionaba en el subsuelo de la confitería América de la Avenida Santa Fe.
Pasamos muchas fiestas de fin de año en su casa, porque nuestro departamento era más chico y además porque sus familiares de Pergamino, para esas fechas solían visitarlo.
Entre los inmigrantes que llegaron a Argentina posteriormente, a mediados del siglo pasado, vinieron también familiares de mi padre. Ellos se establecieron en una zona del conurbano, que en esa época no estaba muy poblada; y comenzaron de abajo a trabajar en su propio taller mecánico. Con el tiempo prosperaron y llegaron a tener una concesionaria de automóviles y alcanzar una sólida posición económica.
En esa época vinieron a este país desde distintos lugares de Europa muchos inmigrantes, tratando de huir de los estragos que había producido la guerra. Sin duda ellos contribuyeron en gran medida con su trabajo, a hacer grande nuestra patria.
Lamentablemente ahora son los argentinos los que se van, tratando de buscar nuevos horizontes, principalmente por la ineficacia y deshonestidad de tantos malos gobiernos que hundieron nuestra patria
Malena Lede
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