Dice la gente que cree en estas cosas, que en la calle doce de la Ciudad de La Plata están ocurriendo hechos inexplicables; y que todos los que los experimentaron se niegan a confirmarlos por temor a que se piense que están locos.
Es una calle cortada de casas antiguas
abandonadas y viejos corralones fantasmales, donde hace muchos años, una
conocida funeraria guardaba sus antiguas carrozas fúnebres con sus caballos.
En ese solitario lugar con tanta historia,
encontraron su fin muchos hombres violentos en confusos entreveros, como si el
destino de ese lugar estuviera siempre ligado a la tragedia y a la muerte.
Los que se atreven a hablar de estas cosas y
creen en las leyendas que fueron hilvanando los años, afirman que los cuantiosos hechos de sangre
que allí ocurrieron, produjeron una grieta en el espacio tiempo por donde
pueden pasar los espíritus y que solamente se necesita un genuino deseo del
alma para encontrarse con ellos.
Existen algunos testigos de tales extraños
hechos que sólo tienen el coraje de contarlo después de haber tomado algunas
copas.
Aseguran que nadie puede mirarlos a la cara
porque ni bien lo intentan se esfuman y que sólo existe una manera, mirándolos
de costado con el rabillo del ojo.
Yo nunca creí en esas cosas, sin embargo, no
pudiendo dominar mi curiosidad, decidí experimentar en carne propia tales
leyendas, al encontrarme una oscura tarde de invierno, cerca de esa zona.
Negros nubarrones adelantaron la noche y una
ligera llovizna caía incesantemente sobre el antiguo empedrado. No había nadie alrededor, sólo las sombras de
los árboles, que como testigos mudos me acompañaban en esta aventura.
Recordé a todas aquellas personas que había
querido en esta vida y que habían fallecido y un deseo genuino de volver a
verlos surgió desde el fondo de mi alma.
De inmediato distinguí algunas sombras que me
parecieron familiares y pude contener mi curiosidad tratando de identificarlas
con el rabillo del ojo, tal como me habían dicho.
Pude reconocerlas una a una mientras
conversaban animadamente entre ellas, como lo hacemos naturalmente cualquiera
de nosotros cuando circulamos por la calle en grupo.
Pasaron a mi lado sin verme y antes de llegar
a la esquina, atravesaron la pared del corralón y desaparecieron.
Sin embargo, a pesar de todo, sigo no
creyendo en fantasmas, más bien creo que existen huellas del pasado en el
espacio tiempo que permanecen y que se manifiestan en algunos lugares llenos de
historia, convocados por nuestros propios pensamientos y emociones.
Malena Lede
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