Estamos viviendo una época en que la humanidad se esfuerza cada vez más en lograr nuevas hazañas y en concretar grandes cambios, sin tener en cuenta la capacidad de los seres humanos para poder asimilar y adaptarse a este fenómeno.
La revolución tecnológica nos ha enfrentado al virtual mundo de Internet que nos ha obligado a abandonar antiguos hábitos y a adoptar otros nuevos, que no siempre resultan accesibles para todos.
Ponerse al día con la tecnología es un asunto de todos los días porque los cambios se van generando minuto a minuto en todo el mundo.
Esa pasión por el cambio provoca muchos trastornos orgánicos porque la vida tiene un límite y nos obliga a apurarnos, a seguir aprendiendo aún en la vejez, a dejar de disfrutar del ocio, a abandonar las propias habilidades y las tendencias creativas individuales y a identificarnos con ideas ajenas.
La gran mayoría se resiste al cambio y sufre su frustración en silencio para no mostrar una imagen decadente aferrada al pasado.
La idea de progreso anula nuestra capacidad de disfrutar de los cambios, porque lo nuevo tiene que dejar lugar a otra cosa que es aún más nueva casi sin haber tenido la oportunidad de experimentar lo anterior.
Todo este movimiento que promueve el cambio parece acelerar el tiempo, los días y las noches parecen más cortos y también se acorta el paso de los años.
Ya no hay tiempo para divagar o soñar, sin sentirse culpable, porque siempre hay que estar atento y dispuesto a hacer algo.
Hacer algo nos hace sentir que seguimos en carrera con los demás, que no somos diferentes, que compartimos ese absurdo ideal de continuo cambio.
Cómo se hace para que la tecnología no nos arrastre con ella hacia su interminable y cada vez más rápido afán de progreso.
Tal vez recuperando nuestra propia mismidad, confiando en nuestras propias tendencias y necesidades, dejando de pertenecer a la masa sedienta de novedades y obligándonos a Ser solamente nosotros mismos,
Malena Lede
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