DESPUES DE LA PANDEMIA - CAPÍTULO I

 


SECUELAS DEL  ENCIERRO  OBLIGATORIO

 

      Todas las restricciones sufridas durante la pandemia fueron hechos  traumáticos capaces de provocar psiconeurosis emocionales, o sea reacciones psíquicas al estrés que no se han podido  procesar adecuadamente y que se pueden definir como estados de ansiedad,  principalmente cuando por otros motivos la persona se encuentra por debajo del umbral de angustia.

    Estos estados pueden compararse con los que provocan las neurosis de guerra, las experiencias de catástrofes o de naufragios como también el fallecimiento de una persona querida u otros hechos dramáticos, que llegan a alterar el curso normal de la vida.

   La angustia que se genera es una intensa reacción al sufrimiento;  y la ansiedad es su peculiar manifestación, además de otros trastornos como estupor o confusión mental.

    Se puede llegar a sufrir bloqueos emocionales  que pueden alterar la percepción y llevar a un sujeto a evitar el contacto social.

   Otros pueden presentar síntomas de  agitación o tristeza, estallar en sollozos, presentar conductas inesperadas y desproporcionadas, o sufrir  ataques de violencia incontrolable.

   Un individuo en este estado puede intentar suicidarse, tener impulsos agresivos, sentir desasosiego interior, conflicto de culpa o  inseguridad extrema.

   También se pueden experimentar síntomas físicos, como taquicardia, disnea, nauseas, vómitos, diarrea, espasmos urinarios, cólicos, tics nerviosos, insomnio, malestares varios y pesadillas relacionadas con la situación traumática.

  Los  pensamientos pesimistas y la necesidad de compañía y atención pueden hacer que la persona se convierta temporalmente en alguien dependiente e incapaz de bastarse a sí misma.

  Este estado puede tener momentos de apaciguamiento o de agudización y los signos menores de ansiedad pueden ser transitorios o prolongarse.

    Estos síntomas no debieran pasarse por alto y exigirán tratamiento médico y psicoterapéutico, ya que pueden empeorar y convertirse en trastornos crónicos.

  El encierro obligatorio cercenó toda iniciativa y se convirtió en un insoportable cautiverio, principalmente en las personas mayores que están solas,  convirtiendo sus vidas durante demasiado tiempo en una sucesión de rutinas mecánicas difíciles de soportar.

  Ahora, que ha pasado lo peor, no es fácil readaptarse a la vida cotidiana con el mismo entusiasmo, ya que la posibilidad de contraer la enfermedad y perder la vida  provocó la pérdida de la ilusión de eternidad que todos tenemos para planificar el futuro como si fuéramos a vivir siempre.

  El encierro forzoso por cualquier motivo, siempre dejará en la psique, como cualquier otro hecho traumático,  huellas indelebles difíciles de borrar que permanecerán para siempre en el inconsciente, condicionando en mayor o menor medida el estado de ánimo y las experiencias de la vida.