Dos matrimonios jóvenes entraron al restaurante, ese domingo, dispuestos a disfrutar de un agradable almuerzo juntos, cada uno de ellos en compañía de su pequeño hijo de la misma edad.
Se ubicaron en una mesa próxima a nosotros, de modo que podíamos casi escuchar sus conversaciones.
Los niños no ocuparon sus asientos como sus padres, sino que comenzaron a correr por todo el salón, sorteando mesas y sillas y atropellando a la gente.
Los dos papás se sentaron juntos y las dos mamás también sin prestar atención a los niños que comenzaron a hacer mucho alboroto, corriendo sin control y haciendo difícil la tarea de los mozos.
Cada tanto, estos pequeños se atrevían a salir al jardín aproximándose peligrosamente a una fuente de agua de ignorada profundidad. Recién entonces, sus madres salían alternativamente para convencerlos de volver al salón y no acercarse al agua.
Cuando las dos mujeres se cansaron de levantarse de la mesa reiteradamente para buscarlos y sentarlos a comer, ambos chicos no quisieron hacerlo provocando un escándalo de proporciones, ya que pretendían seguir de pie para continuar jugando entre bocado y bocado.
A todo esto, los dos papás seguían conversando animadamente de temas diversos sin registrar lo que estaba pasando, ni las molestias que la conducta de sus hijos estaban causando.
Cuando las cosas se hicieron insostenibles, ambas madres se llevaron a sus respectivos hijos afuera y los dos padres se quedaron comiendo tranquilamente sentados a la mesa, mientras continuaban disfrutando de su animada charla.
Sin duda esos dos matrimonios tienen dos niños que los dominan, mientras ellos han perdido totalmente el control.
La conducta de estos chicos en ese restaurante evidencia que ambas parejas no conforman un equipo para educar a sus hijos, sino que actúan individualmente sin el apoyo del otro progenitor, quien permanece al margen de la situación sin darle ninguna importancia a la mala conducta de su hijo y sin mostrar señales de contrariedad alguna.
Si los padres de cada uno de esos niños se hubieran apoyado mutuamente, sus hijos hubieran acatado las órdenes y se hubieran sentado sin problemas en sus sillas evitándole todas las molestias a sus madres y a los demás comensales.
Un niño no está en condiciones de enfrentar al padre y a la madre cuando hacen un frente común, pero sí puede aprovecharse de la debilidad o desidia de uno de ellos para hacer lo que quiere.
Todo lo que dejamos de hacer con nuestros niños ahora, lo deberemos hacer más adelante con menores probabilidades de éxito, porque cuando un niño no es educado en el momento oportuno es inútil pretender hacerlo cuando llega a la adolescencia.
Las rabietas de los chicos en lugares públicos exigen que sus padres sólo los calmen y no se enganchen en una discusión con ellos. Una vez que el niño se ha calmado se le hablará en voz baja explicándole que cuando lleguen a casa, deberá cumplir una penitencia por la conducta inapropiada que ha tenido, en este caso en el restaurante, la cual deberá ser cumplida a rajatabla.
Prestemos atención a nuestros niños ahora, que nos están pidiendo límites a gritos.
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