El Chisme




En los pueblos chicos los chismes son parte importante de la vida de sus habitantes, quienes sienten gran interés por las vidas de las personas que ven todos los días. Es motivo de conversación en las casas, los hogares, en el trabajo y en los bares, donde todo lo que se atreven a hacer sus protagonistas, se cocina en esa implacable caldera del diablo.

Es casi igual a la morbosa curiosidad del periodismo farandulero que investiga obsesivamente y también inventa (cuando los baches de sus inferencias y conclusiones apresuradas así lo exigen) sobre cuestiones vitales, íntimas y sentimentales de los famosos de siempre o de los otros que apenas duran en los tabloides una semana.

Creo que a todos, aunque sea muy en el fondo, tenemos vivo y latente el virus de la curiosidad de lo que le pasa al otro, escondido de la propia convicción de que no hay que meterse en la vida ajena; tal vez porque la rutina de todos los días, cuando no nos pasa nada, nos satura de aburrimiento y elegimos para despabilarnos, en vez de intentar hacer algo nuevo, recrearnos con lo que hacen los otros , aunque sea una pavada.

Aunque los chismes hayan perdido su antigua virulencia, ya que los valores se han relativizado y todo es bueno o malo según las circunstancias, no dejan de dejar una mancha en la hoja de ruta o una huella de sospecha sobre la honorabilidad del que le tocó ser su protagonista esa semana.

Sin embargo hoy en día no hay secuela que quede indeleble en la memoria frágil de los que prestan atención a tanta noticia intrascendente, porque tendría que ser un superhombre el que lograra recordar y asociar tanta cara bonita con tanto detalle escandaloso y falaz, y un soberbio el que se atreva a juzgar su comportamiento escuchando solo a quienes les interesa impresionar con las noticias del día.

El hombre actual ha blanqueado su tendencia innata al vouyerismo, o sea el arte de disfrutar viendo a los demás haciendo aquello que a él le gustaría hacer pero que no se atreve.

Porque siempre existió ese gusto por controlar y criticar a quien le gusta ser más libre sin importarle de la opinión ajena, haciéndole pagar lo más caro posible su incalificable desfachatez y su falta de vergüenza.

La gente no perdona al que se propone ser diferente, lo discrimina, lo separa, le pone nombres para distinguirlos entre los secuaces que los siguen en sus impertinencias.

Tampoco perdonan al más inteligente, al que se le ocurren cosas nuevas, al creativo, al trasgresor que derrumba barreras, principalmente porque ponen más de manifiesto su propia inoperancia.

Y así, los que realmente hacen algo para intentar elevar su conciencia a toda costa aunque se equivoquen, serán sistemáticamente, una vez más silenciados y fagocitados por la mayoría decadente.